Otro Lado del Pañuelo

92 11 22
                                    




Cuando tenía seis años, mamá enfermó mucho y papá estaba molesto todo el tiempo. No quería ver a mamá triste, así que hacía lo posible por hacerla reír y por lo tanto jamás dejaba que me viera triste. Luego de meses de sufrimiento, mi mamá falleció. No estuve triste por qué falleciera; sentía alivio por ella, de que por fin pudiera dejar de sentir ese dolor que la acosaba los últimos días de vida. Honestamente estaba triste por razones egoístas; sabía que papá jamás me trataría como ella lo hacía.

Me fui de mi casa a los 14 cuando, luego de una última golpiza por parte de mi padre, corrí a casa de una maestra que me ayudó a no tener que volver con él.

Me dio un techo y un hogar, me dio el calor de madre que yo no sentía hace años; me sentía tan agradecido con ella que prometí devolverle todo lo que ella me dio. Me esforcé mucho para entrar en Reim University y hacerla sentir orgullosa.

A pesar de todo lo que viví, me sentía sumamente feliz y agradecido por la vida que llevaba, no guardaba rencor hacia mi padre y me alegraba a diario por las personas que tenía en mi vida y las que vendrían más adelante.

Había decidido trabajar durante mi estadía en Reim para no causarle un mayor gasto a ella, mi segunda madre.

Beyland se había vuelto un gran amigo para mí, a pesar de ser mi total contrario en cuanto a personalidad se trata. Digamos que él tiene de sobra y a mí, bueno... me falta.

Yo vivía en un apartamento con otros dos chicos que en realidad no me entendían mucho, por lo que pasaba bastante tiempo en el departamento de Beyland.

Mi vida era bastante normal y buena, no me quejaba, pero claro, las cosas siempre cambian, ¿no?, todo siempre tiene un quiebre y el mío fue él.

La primera vez que lo vi entrar al restaurante mi respiración se cortó de pronto; sus ojos eran filosos e intensos, casi peligrosos; era casi imposible mirarlos.

En un abrir y cerrar de ojos planeé mil maneras de cómo hablarle al atenderlo; quería hablar con él, pero de pronto otra compañera ya estaba tomando su orden.

-"Bien hecho, Theo, lo hiciste otra vez", me dije en voz alta.

Me sentí decepcionado de mí mismo y de la frecuencia en la que mi timidez me jugaba esas malas pasadas. Al día siguiente sin falta le hablaré, pensé.

Al llegar a la universidad hablaba con Beyland en la cafetería cuando lo vi pasar. Beyland se despidió de mí y fue tras él a hablarle sonriente y coquetamente. No podía creer que él lo conociera, vaya suerte la mía.

Durante el almuerzo me puse a pensar en quizás preguntarle a Bey por el nombre del chico, pero no tenía el valor.

—"¡Hey, dime qué irás hoy!" dijo Bey sentándose a mi lado.

-"No estoy seguro", respondí.

—"¡Vamos, Theo, es tu cumpleaños, ya que no me dejas hacerte una celebración como es debido, al menos ven a divertirte a mi fiesta!"

-"¿Haces esta fiesta por mí, cierto?"

-"Quizás... Bien sí, ¡Vamos, no puedes culparme! Eres todo trabajo y estudios. Jamás descansas o te relajas... Vamos, Bey, por míiiiii", dijo poniendo una cara de perrito que me causó gracia.

—"Bien", dije sonriendo. "Iré".

Poco sabía que, mientras escapaba de mis compañeros de clase que intentaban lanzarme huevos por mi cumpleaños, me encontraría con él.

Traté de actuar relajado, sin alterarme; no quería entrar en pánico y tener un ataque de timidez que me dejara en blanco en pleno ascensor. Se quedó observándome extrañado.

Shooting Stars Donde viven las historias. Descúbrelo ahora