Capitulo 34

182 17 3
                                    

   Con el arma en la mano, alcohol hasta la cabeza y una bronca que palpitaba sin parar en mi cuello, esperaba en la puerta de ese hijo de puta para volarle los sesos en cualquier momento. No me importaba ir a la cárcel, ni que venga un policía a matarme a mi también.

Estaba alterado, la lluvia golpeaba fuerte sobre mi auto haciendo un ruido constante, desesperante. No ayudaba a mi humor, pero ayudaba a no salir y tocarle la puerta porque tampoco tenía muchas ganas de mojarme. Eran las 5 de la mañana y todavía había una oscuridad sepulcral, ni un indicio de que saliera el sol. No había nadie en la calle, ni un alma merodeando. Todos estaban en sus casas durmiendo placenteramente, con sus familias, a unas horas de ir al trabajo. Por mi parte, a comparación, estaba borracho y drogado con marihuana adentro de un auto de lujo negro con vidrios polarizados, la botella de whisky subiendo y bajando en mi boca, y la pesada arma esperaba por ser usada en el asiento de copiloto.

Después de esa confesión no supe realmente qué hacer. Casi me mataba para darle mi corazón a una mujer que su nieto estaba maltratando a mi mujer. Sara no tenía nada que ver, ella era una buena persona. Pero tanta, tanta, tanta gente en este mundo y justo debía ser su nieto. Tendría que haberlo matado y darle su corazón, no el mío. ¡Ah! Pero yo no era un asesino. O no del todo. Me había desquiciado un poco con toda la situación, si. Perder a mis hijos por mi culpa, la muerte de mi ex esposa, que mi actual novia esté maltratada por el nieto de la mujer que había salvado. A ver, un poco loco me puedo volver.

Con ese pensamiento, justificante de mi locura, acabé de un tirón el contenido en la botella y salí del auto poniéndome la capucha de mi campera negra. El arma estaba guardada y con seguro adentro de mis pantalones. Tenía unas ganas inmensas de apretar ese gatillo hacía tanto tiempo, para él o para mi. Estuve esperando para usarla desde ese día que el niño nervioso me la entregó, era mi día y Lily lo había interrumpido.

   Lily, mi bebé. Mi ángel guardián. ¿Cómo puedo estar tan enfermo por alguien?

   Bajo la lluvia, toqué el timbre, un poco desesperado porque me estaba mojando. Luego de unos eternos segundos; abrió. En cuero y con pantalones de algodón gris, seguramente estaba durmiendo. Tranquilo, como si no tuviera a una mujer amenazada. Como si no hubiera secuestrando a la hija de mi novia por horas, como si no la hubiera golpeado y maltratado sin ninguna razón.

Travis me miró confundido, preguntándome qué hacía ahí.

-¿Puedo pasar? -Con más confusión, se movió de la puerta e ingresé. La campera medio me chorreaba, la quité y limpié la suelas de mis zapatos con el trapo de la puerta. Sin reparo, y con un mareo espantoso, me senté en el living como si fuera habitual en mí venir aquí.

   Su casa era bastante monótona y aburrida. No tenía ni pinta de rico ni de pobre, eran un par de muebles marrones, un poco viejos, con unas paredes pintadas de blanco y un cuadro de una figura negra que no me gustaba. Su sofá si me gustaba, era mullido y bueno para dormir.

-Hombre. ¿Te encuentras bien?

Me dio odio. Si no hubiera estado tan fuera de mí y con el sistema nervioso menos alcoholizado, hubiera corrido a golpearlo ahora mismo. La cabeza me pesaba, el cuerpo me hormigueaba sobre su sofá.

-Siéntate. -Levanté la cabeza hacia el sillón frente a mi. Confundido, lo arrimó y se sentó. Respiré hondo y tragué saliva, creí que iba a vomitarle la mesa de café. No me molestaría dejarle mi bilis como regalo. -Tenemos que dejar un par de cosas claras.

-¿Hay algo mal con mi abuela?

-No, no... -Volví a tragar saliva. Iba a vomitar en cualquier instante. -Es otra cosa.

Para morir bien. // Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora