Capítulo 22 - Miedo.

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El miedo.

Aquello que nos hace estremecer y paralizar cuando desconocemos algo, aquel que nos vuelve vulnerables, o en otros casos insoportables, todos padecemos de él, si alguna vez escuchaste a una persona decir que no le teme a nada, está mintiendo, siempre hay algo a lo que le tememos, así sea lo más insignificante del mundo, es algo que no podemos controlar, simplemente emana de nosotros haciéndonos reaccionar de distintas formas.

Hay diferentes tipos de miedos, los cuales van de la mano con las fobias, pero en mi caso, el miedo que sentía en ese momento era porque temía por mi vida, algo afuera de la cabaña amenazaba con querer entrar y yo sólo podía pensar en que terminaría muerta, violada o secuestrada.

...

Mis ojos estaban quietos en la chimenea, perplejos por el sonido que había escuchado, no quería moverme, tenía tanto miedo que me encontraba paralizada, sentía que si hacía un mínimo movimiento iba a pasar algo peor, el golpeteo se hizo más incesante y estrepitoso, logré girar mi cabeza, el ruido provenía de la puerta.

¿Será Lucas? Me pregunté a mi misma en mi cabeza.

Tiene que serlo. Me contesté.

Los golpes no cesaban y yo no sabía si abrir la puerta.

Lucas tendría llaves ¿No? No tendría porque tocar la puerta, y en dado caso si fuera él hubiera dicho algo, pero sólo tocaban descontroladamente haciendo que mi corazón latiera sin control y mis piernas temblaran con miedo de levantarme a abrir, el clima había empeorado y ahora no se lograba apreciar nada por las ventanas, estaba cagada del miedo.

— ¿Lucas? — Grité hacía la puerta con la voz quebradiza.

Los golpes se detuvieron ¿Y si era un asesino en serie? En este momento me encontraba tan espantada que me había imaginado la escena de la película "Los extraños" en donde una chica llama a la puerta preguntando por una tal Tamara y al final terminan siendo unos malditos asesinos. Me levanté del sofá con las piernas débiles llenas de nerviosismo, envuelta en la manta me acerqué a la puerta lentamente en espera de algo más, salté sobre el lugar cuando los golpes volvieron.

¡No quiero morir todavía!

Tragué grueso, saqué mi brazo derecho de la manta dispuesta a abrir la puerta, me aseguré firme hasta tocar la manilla, estaba tan metida en mi paranoia que no me di cuenta que los golpes habían parado, respiré profundo y abrí la puerta de un portazo sin permitir que el miedo se apoderara nuevamente por completo y me hiciera arrepentirme.

La brisa se estrelló contra mi cara revolviendo mi cabello, adentrándose a la cabaña soplando las llamaradas provenientes de la chimenea, pero no llego a apagarlas, el frío se apoderó otra vez de mi cuerpo, haciendo que me aferrara más a la manta que me rodeaba. 

Nadie. No había nadie afuera. Me pasme unos segundos, miré a los lados.

Nada, soledad total.

Ok Ángela, respira profundo, no te espantes, pudo haber sido la misma brisa golpeando la puerta, no hay nada a que temerle, regresa adentro y espera a Lucas, él ya debe estar por regresar.

Intentaba tranquilizarme mentalmente, tratando de no hacerme más ideas locas en la cabeza. Tomé el pomo de la puerta para cerrarla, pero el grito se apoderó de mi voz y un salto estremecedor me hizo retroceder.

— ¡Toma todo lo que quieras, pero no me hagas daño! — Presioné mis ojos con fuerza quedándome absorta haciendo que le lanzara la manta que me envolvía a la silueta masculina que se encontraba de pie ahora en la puerta. 

Respiré profundo, abri mis ojos con cuidado al no sentir el ataque cuando noté unos zapatos que ya había visto antes, se traba de nada más y nada menos que de Lucas con las manos ocupadas por bolsas llenas de lo que supongo era comida, se sobresaltó al escucharme gritar y retrocedió cuando le arroje la manta, pero aún así le cayó en la cabeza.

Cuando los Caminos se Juntan. © (Segundo libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora