Capítulo 47

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Sin previo aviso me agarra de nuevo de los cabellos, solo que esta vez me arroja dentro de la trampilla. Bajo a trompicones, golpeándome la espalda, la cabeza y la nuca dolorosamente con cada escalón; el camino parece más largo que nunca, hasta que finalmente llego abajo me doy el lujo de quedarme tirado en el suelo, intentando respirar. Escucho los pasos lentos de Ángel y su respiración fuerte y profunda.

Me rodea el tobillo herido hundiendo sus uñas en la piel y tira de mí hasta el fondo de la sala oscura. No me resisto en lo más mínimo: ni puedo, ni debo. Simplemente lloro en silencio, tratando de aceptar lo que viene ahora, tratando de aceptar que posiblemente me viole en el sucio colchón y encuentre la cuchilla. Me pregunto si me matará antes o después de tomar mi cuerpo. Quizá lo hace durante y así sufro hasta el último jodido segundo de mi maldita existencia.

La desesperación empieza a calar en mí de un modo aterrador. No tengo esperanzas, solo quiero, por favor, que todo pase rápido. Quiero cerrar los ojos y estar escondido en una pompa de jabón que flota lejos.

Lejos del baño.

Escucho un chasquido metálico y luego me percato de que la presión en mi tobillo ya no es blanda y cálida. Me abrazo a mí mismo, sabiendo que no puedo demorar más el momento, listo para lo que quiera que sea que Ángel hará conmigo.

Y entonces oigo sus pasos alejándose. La trampilla cerrándose.

Espero un segundo. Dos.

Nada, solo oscuridad y un muy leve eco de sus pasos rebotando y muriendo entre estas cuatro solitarias paredes. El aire retenido escapa de mis pulmones, no con alivio, sino con cansancio. Me siento... decepcionado. No deseaba que Ángel me hiciese nada horrible, pero no esperaba que fuese a abandonarme aquí de nuevo.

Río por lo estúpido que soy al empezar a echarlo de menos de nuevo, como todas esas veces que me pregunté si me moriría de hambre y sed aquí abajo. Solo que esta vez no siento pánico, solo una lenta, lúgubre y perezosa tristeza. Esa clase de desesperanza que no te hace sentir lleno de adrenalina y con mil pensamientos corriendo por la cabeza, sino que te arropa como una manta pesada y te deja tirado en la cama con tu cerebro balbuceando medias frases.

Quiero... quiero dormir. Estoy tan cansando, quiero dormir. Quiero hacerlo ya. Dormir un sueño largo, profundo, no despertar.

Espero escuchar un sollozo en la oscuridad, como siempre que pasa cuando me pongo a llorar e hipear sin darme cuenta, pero esta vez no se oye nada. Me llevo una mano a la cara, bajo las mejillas, y no encuentro una sola lágrima. Suspiro rodando sobre mí mismo, acabando por subir al colchón y me tumbo sobre mi espalda, buscando no poner demasiada presión en mi tobillo malo ahora que tiene un grillete en él.

Meto mi mano bajo el pantalón y la llevo a mi cadera derecha. Presiono, notando el rectángulo frío y firme en mi piel; debería guardarlo, aunque...

Lo saco de mi slip y lo sostengo con cuidado entre mi pulgar y mi índice; una cosa tan fina como una hoja de papel podría haberme costado la vida hoy. No, no podría, me la ha costado, porque dudo que Ángel vuelva. Si es así, no tiene caso que la esconda en el colchón.

Que triste, haber robado esta cuchilla y haber pasado todos estos nervios, esta culpa y esta angustia para luego... desaprovecharla. Aunque me alegro de que me haya llevado a defenderme, si Ángel me hubiese viol... no puedo, no quiero pensarlo. Mi cerebro bloquea esa idea, empujándola a un baúl herméticamente cerrado al fondo de mi consciencia.

Pero ¿Y si Ángel vuelve? Si esa ínfima posibilidad se hace realidad entonces debería esconderla y pensar qué hacer con ella. Lo primero que se me viene a la cabeza es demasiado obvio: suicidarme. No tengo nada, ni a nadie así que la idea no se me hace tan alocada, sería un poco doloroso, pero valdría la pena por un poco de paz, aunque me asusta que el más allá sea otra habitación oscura y silenciosa.

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