Capítulo 70

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—Está volteando a la derecha —indico, acomodándome en el coche mientras Ángel conduce despacio, cerca de barrios conocidos.

—Oh, tranquilo, sé perfectamente donde está tu local favorito —me sonríe con una risilla. Me da un leve escalofrío cuando recuerdo que él lleva observándome mucho más de lo que yo creía ¿Habrán sido semanas, meses? ¿Habrá visto a través de prismáticos mi cuerpo en la pista de baile y luego en los baños, haciendo indecencias con extraños?

Mi cara se pone colorada y me hundo un poco en el asiento. Pronto, un ambiente familiar me arranca de mis pensamientos. A través de la ventanilla puedo ver la tienda de Oliver.

—Oh, mira —indica Ángel sonriendo, moviendo su cabeza hacia el lugar. — ¿Recuerdas cuando me atendiste en la tienda? Batiendo tus pestañas y sonriéndome de ese modo coqueto... —una pequeña carcajada escapa de sus labios mientras aminora la marcha para pasar más despacio y observar con detenimiento la escena de su crimen. —Corderito bobo, no tenías ni idea de que te metías en la boca del lobo.

—Pensé que eras uno de esos chicos recién salidos del armario que ni ligar saben —bufo, también recordando ese momento con amargura, pero también un poco de diversión. Es tan irónico que el muchacho al que tomé por un tímido patán haya terminado siendo... él. —Aunque, a decir verdad, tampoco me equivoqué mucho. Secuestrar a alguien y tenerlo amenazado de muerte no es la mejor forma de ligar, Ángel, quizá si me hubieses invitado a una fiesta, pagado por alguna de mis bebidas y bailado conmigo... quien sabe.

Ángel me mira sonriendo con travesura y alza una ceja.

—Bueno, eso es lo que haré esta noche ¿No?

—Quizá si me invitas a suficientes copas incluso olvido que me has raptado —y quizá olvido un par de cosas más, cosas que yo he hecho, pero que no puedo ni pronunciar.

Él me sonríe de vuelta.

—A todas las que tú desees, cosa de bonita. —mis mejillas no pueden evitar ponerse intensamente rojas por el cumplido y la voz dulce que me lo dice.

Me hundo de nuevo en mi asiento, avergonzado y emocionado, y miro por la ventanilla. Me doy cuenta de que en la tienda de Oliver las luces siguen encendidas incluso si es tarde. El cartelito de cerrado cuelga de la puerta, pero el hombre mayor sigue dentro junto a alguien que lleva mi antiguo uniforme.

Suspiro.

Es una chica; tiene el pelo rubio y la sonrisa brillante como el sol. Oliver está a su lado, sosteniendo un tablón y una sierra, haciendo cortes demostrativos en el aire. Ella asiente, hace una mirada pensativa y luego toma la herramienta. Le está enseñando, como yo jamás le dejé, y luce infinitamente feliz. Quizá es algo bueno que me haya ido, pienso mientras el coche se aleja de ese pequeño pedazo de mi vida, hundiéndose en uno todavía más profundo: mi vecindario.

Mi antiguo vecindario.

Y mi casa resalta de entre todas las demás: luces, accesorios tontos y gnomos de jardín en la entrada. Es tan extravagante que apenas reconozco mi antigua casa y, sinceramente, pienso que la persona que vive aquí ahora tiene un terrible gusto. Pero al menos la casa tiene personalidad. En mi antigua vida era tan reemplazable, las cosas siguen igual sin mí, incluso lucen mejor, más coloridas y alegres, como la cara de Oliver o las lucecitas en la puerta de entrada.

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