-¡Rápido tráeme ese bote!-rugió Laxis con la tensión palpable en su voz haciendo presión sobre la herida de un agonizante Alan para evitar que se desangrase aún más.
Leo se abalanzó sobre una estantería para coger con sus dientes un bote cuyo interior albergaba unos polvos negros y cuya etiqueta exterior ponía: "Curación". Se lo llevó a la diablesa. Laxis le quitó la camiseta rasgada al chico, cogió el bote como un rayo con una de sus manos y esparció su contenido sobre la herida abierta. Al instante los polvos brillaron de forma tenue y comenzaron a realizar su función: cerrar la peligrosa herida.
Pero ya era muy tarde, Alan había perdido demasiada sangre y estaba al borde de la muerte. Respiraba muy lentamente, y sólo por uno de sus pulmones, pues el otro estaba seriamente dañado. Su piel, más pálida que nunca, se asemejaba a la de un vampiro, y sus labios también habían perdido color, estando mucho más blancos que de costumbre. El joven temblaba, tenía frío, y no podía utilizar sus poderes estando inconsciente.
Instintivamente, Laxis se llevó la mano al frasco que había en el bolsillo de su chaqueta de cuero y lo sacó. No era muy grande, de hecho, cabía perfectamente en la palma de su mano, y contenía un extraño líquido anaranjado incandescente que brillaba con fuerza. Su mirada viajó varias veces de Alan al frasco, dudando si usarlo o no.
"Sólo en una situación de vida o muerte. Si no es lo suficientemente fuerte, podría matarlo"
Las palabras del demonio resonaron en su cabeza como un eco lejano. Si no se lo daba moriría.
-¡A la mierda!-sus ojos violetas emitieron un pequeño destello al pronunciar esa frase. Sacó sus garras, destapó el frasco en un santiamén y, sin pensárselo dos veces, vertió todo el contenido en la herida. No era mucho, pero sería la medicina más dolorosa que el chico experimentaría jamás.
Alan gimió un poco y se retorció debido al dolor. En pocos segundos su cuerpo se vio sacudido por una oleada de espasmos y convulsiones que hicieron temblar la cama sobre la que se hallaba. Laxis lo sujetó con fuerza y firmeza hasta que se relajó, pasados unos minutos.
Leo la observaba con una extraña mueca de confusión. La diablesa se dio cuenta.
-Fuego celestial. Eso es lo que le acabo de echar en la herida. Podría matarlo, si, pero...¿acaso no se está muriendo ya? Creo que vale la pena intentarlo, a pesar de que las probabilidades de que sobreviva son mínimas. Todo depende de él.-se apartó un poco y se sentó en una silla suspirando profundamente-Eso si, si no muere, el fuego celestial potenciará su poder.
Estuvo esperando durante unos minutos pero pasado ese tiempo se cansó y se levantó, rumbo a la cocina.
-Voy a por algo de comer, vuelvo enseguida. Tú vigílalo.-ella salió de la pequeña habitación y Leo se sentó al borde de la cama donde su amigo y compañero se hallaba tumbado. Por fuera parecía que estaba bien pero en su interior estaba teniendo lugar una lucha titánica. Su cuerpo trataba de adaptarse a la sustancia que la diablesa le había introducido en su interior.
Repentinamente, el cuerpo de Alan comenzó a brillar de forma notable y poco después, llegaron nuevas convulsiones. Leo soltó un fuerte rugido de desesperación bien audible para que Laxis lo oyera.
La diablesa reapareció masticando algo, un poco molesta, pensando que se trataba de algo menor.
-Ya ni puedo comer chocolate en paz. ¿Y ahora qué...?-sus palabras murieron antes de salir de su boca al ver lo que estaba sucediendo.-¡Mierda! ¡Tenemos que darle algo frío! ¡Dios está ardiendo!-utilizando su velocidad llegó hasta la habitación donde tenía los frascos y el "instrumental mágico" y cogió uno de los botes que contenía una sustancia similar al hielo, de un color azul claro. "Polvo de hielo" ponía en su etiqueta.
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Alan Heek y La Espada Mortal
Fantasy¿Qué pasaría si algún día descubrieses que eres capaz de controlar una poderosa magia que nunca antes nadie había podido controlar? Eso es lo que le sucede a Alan Heek, cuya percepción del sobrenatural mundo que le rodea cambiará por completo al dar...