Capítulo 34: La guarida de la Espada

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-Hace 13 años yo conseguí llegar a tu mundo y hacerme con la Espada Mortal.-explicaba Lilith. Alan estaba encadenado, con frecuentes espasmos sacudiendo su cuerpo a causa de las cadenas eléctricas que lo amarraban. Sus ojos, vacíos de expresión, observaban fijamente a la diablesa.-Tu padre me la arrebató y la escondió en algún lugar bajo tierra para que nadie pudiese encontrarla, ni siquiera yo. Ese maldito demonio...

La reina bufó, recordando lo sucedido tiempo atrás, pero volvió a sonreír con maldad al ver al chico que tenía delante. Sin embargo, cuando se acercó lo suficiente y le tocó, buscando sacar al exterior toda su maldad y oscuridad, se topó con algo que ni siquiera ella, la reina de los demonios, pudo entender.

-¿Qué es esto...?-en su voz pudo adivinarse un ligero deje de temor que enseguida se desvaneció.-Percibo una fuerza extraña en tu interior, pero no puedo acceder a ella. Parece ser un potencial oculto desconocido. Que interesante eres, Alan Heek. ¿Ves por qué debes servirme? Serás uno de mis mejores soldados.

Alan asintió de forma casi imperceptible. En el lugar donde la diablesa le había golpeado yacía una terrorífica y brillante cicatriz rojiza que le recorría la mejilla entera desde la línea de la mandíbula hasta la sien, rozando su ojo izquierdo.

-Si, mi reina. Lo veo.

Lilith sonrió y se acercó hasta el chico, acariciándole una de sus mejillas con su mano derecha con cariño.

-Ya no necesitas a ninguno de esos amigos tuyos. Tú eres fuerte, pero ellos te hacen débil.-miró fijamente a Alan a sus ojos, a sus verdosos ojos inertes-Incluso esa chica rubia, ella es la peor de todos. Pero ahora ya no eres como ellos, eres mi hijo. Yo no puedo escapar de este lugar por mí misma, no tengo el poder que tenía antes, necesito la Espada. Y tú hijo mío, tú vas a llevársela a Asmodeus para que yo pueda renacer de nuevo. Con la Espada seremos invencibles y podremos conquistar el mundo, tú y yo. Pero primero debes encontrarla por mí, porque ahora eres uno de mis hijos, cazador de demonios de fuego.-las palabras de Lilith surtieron el efecto que ella esperaba en él.

La posesión demoníaca que ella estaba realizando sobre él se completó.

-Lo haré, madre, y mataré a todo aquel que se interponga en mi camino.-mientras decía esas palabras sus ojos abandonaron su característico color verde y cambiaron a una tonalidad más maligna y siniestra: un rojo brillante. De su espalda emergieron dos gigantescas alas de color rojo y negro que se estiraron hasta alcanzar una envergadura de casi 3 metros y sus manos, que a tanta gente habían salvado, se transformaron en aterradores garras, negras también, con largas uñas terminadas en afiladas puntas. La parte de arriba de su traje había sido arrancada con anterioridad y, por lo tanto, su abdomen se encontraba al descubierto con sus músculos algo tonificados marcados. No obstante, la piel de su pecho y de sus brazos, así como la de su cara, quedó recubierta por numerosas rayas negras, las cuales le daban un aspecto todavía más malévolo. El símbolo de la posesión demoníaca.

Lilith se hallaba realmente impresionada. No pensó que la posesión demoníaca llegaría a tener esos efectos. Sabía que Alan poseía poderes de demonio gracias a su padre, pero nunca se imaginó nada semejante.

Las cadenas se rompieron y Alan por fin quedó libre. Cayó al suelo frenando la caída con una de sus garras y miró a Lilith. Pero ya no era Alan. El chico tímido, algo torpe, pero a la vez valiente y divertido se había ido. En su lugar había quedado un monstruo sin corazón ni piedad, dispuesto a acabar con quien fuera con tal de cumplir las órdenes de su reina. Ella había liberado su poder, el demonio que anidaba en su interior. El demonio de fuego.

La reina de los infiernos observó orgullosa su creación. El chico podría haber sido una gran  amenaza si supiese cuán fuerte era en realidad, pero ahora ella lo había convertido en el más poderoso de sus aliados. El ser que tenía enfrente podría tener el rostro de Alan, el cuerpo de Alan, pero ya no era él. Bien lo evidenciaban los ojos rojos, las imponentes alas y las garras de piel escamosa y negra.

Alan Heek y La Espada MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora