Capítulo 32: La furia de Alan (II)

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Alan había seguido su mero instinto para llegar hasta la entrada de un cementerio alejado de la ciudad. Era noche cerrada. Las brillantes estrellas podían vislumbrarse en el firmamento.

Con su cuerpo irradiando calor avanzó hacia lo que parecía ser una pequeña capilla. Al entrar ni se molestó en inspeccionar el lugar. Había perdido toda cordura. Tan solo lo embargaba una profunda ira.

Frente a él se extendían unas escaleras que descendían y conducían hasta una puerta de madera llena de sucias telarañas. De un violento puñetazo reventó la puerta haciéndola añicos y pasó a través de ella no sin antes clavar su mirada en el pequeño letrero que allí había.

"Para todos los hijos de Lilith"

Se hallaba en un estrecho y largo túnel que serpenteaba en distintas direcciones y cuyas paredes en un inicio fueron de tierra pero después, y a medida que avanzaba, se convirtieron en paredes de piedra, de piedras extrañas que nunca antes había visto. Avanzó durante unos minutos hasta que escuchó voces y se agachó, más por instinto que por otra cosa. Aquellas voces sonaban cavernosas. Debían ser dos centinelas que merodeaban por allí vigilando algún tipo de entrada.

Dobló una esquina. Una puerta gigantesca se elevaba ante él y, tal y como había pensado, dos centinelas vigilaban esa entrada. Dos demonios con cuernos y armadura que sujetaban espadas llameantes en absoluto silencio.

Pensó en distraerlos con algo y colarse o incluso de presentarse ante ellos y hacer que le llevasen ante Asmodeus, pero no, no hizo nada de eso. Una imagen de Mark con su mejor sonrisa apareció en su mente y fue todo lo que hizo falta para desatar su ira, y con ella, su poder.

Dando un gran salto se abalanzó sobre uno de los dos centinelas y estrelló el rostro del demonio contra la pared con un estruendo, partiéndole el cráneo. Con un grito que fue subiendo de tono extendió el puño izquierdo hacia delante y abrasó al otro demonio con una llamarada.

Un largo pasillo se extendía ante él con numerosas antorchas colocadas cada 10 metros en las paredes rojas como la sangre. Al final del pasillo éste se bifurcaba en otros tres y una gran puerta de madera y metal negro se encontraba en una esquina. Comenzó a caminar. Lo que le pareció una estatua de algo parecido a una gárgola resultó ser una criatura viva que, nada más verle gruñó enseñándole los dientes y alzó el vuelo para atacarle con un sonido desgarrador. La criatura, que el chico identificó como un demonio menor, era absolutamente negra y poseía dos garras como extremidades inferiores y alas en las superiores. Su hocico era alargado y de él sobresalían varios colmillos que no le cabían en la boca. Jamás había visto esa clase de demonio y por lo tanto, Alan se quedó enormemente sorprendido cuando le atacó escupiéndole fuego por su boca.

Alan sonrió al ver las llamas dirigirse hacia él. El fuego le dio de lleno, pero, evidentemente no le hizo nada. Cuando el fuego le alcanzó su cuerpo lo absorbió al instante y desapareció. Como activados por una alarma, varios demonios soldados salieron de una esquina, pero al ver como el fuego alcanzaba y rodeaba a Alan cesaron su ataque y sonrieron, ajenos al poder del chico.

Sin embargo, cuando vieron que las llamas no le habían hecho nada se quedaron boquiabiertos. Alan clavó su atención en ellos con los ojos centelleando.

-¡Le ha dado con las llamas!-dijo uno retrocediendo-¿Cómo es posible que no le hayan hecho nada?

-¡Fuera de mi camino!

Gruñendo, Alan hizo un movimiento de brazo hacia atrás y dos grandes llamaradas los incineraron en décimas de segundo, al igual que al demonio alado que le había atacado.

-¡ASMODEUS!-vociferó para hacerse oír en el pasillo. Varias criaturas aladas de color negro similares a la que le había atacado al principio alzaron el vuelo y avanzaron hacia él. Mientras esos le atacaban, una horda de demonios con armaduras de metal apareció tras la esquina de uno de los pasillos y rugieron nada más verle. Tenía a dos enemigos: unos acercándose por un lado y otros por el otro. Dio media vuelta y se enfrentó a los demonios alados mientras por detrás la horda de soldados se le acercaba.

Alan Heek y La Espada MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora