Capítulo 30: Mark

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(Alan)

Pensaba que Elena se iba a enfadar muchísimo, pero una vez le dije lo que me había ocurrido con Lisanna la noche anterior se lo tomó bastante bien, demasiado bien diría yo. Es cierto que se sobresaltó y se sorprendió en un primer momento, pero pasados los primeros segundos su expresión se relajó y volvió a ser la misma Elena calmada de siempre.

-Como ya dije antes, son vuestras cosas, yo no tengo por qué meterme.-lo dijo con naturalidad adoptando una actitud bastante madura y seria.

Pero yo quería dejárselo claro.

-Elena-dije acercándome a ella-, no lo hice intencionadamente. Yo no siento nada por tu hermana, te lo aseguro. En cambio tú...-se me quebró la voz. Ambos nos miramos de nuevo con nuestras respiraciones agitadas. 

Me eché un poco hacia atrás y me llevé una mano a la nuca con nerviosismo.

-Lo siento...

Ella estaba un poco ruborizada, se le notaba en las mejillas. Me dedicó una bonita sonrisa, una de las que enamoran.

-No es nada. Estoy cansada.-posó una de sus manos en las mías-Voy a mi habitación.

En ese instante una sensación de agobio me invadió por completo y un rugido lejano activó todas mis alarmas. Era Leo, y parecía estar en problemas. Y de los gordos.

Un solo pensamiento pasó por mi cabeza: Mark.

Observé a Elena, entrando por la puerta principal de la escuela y por un instante pensé en avisarla, en avisar al resto, pero no había tiempo que perder. Era mi amigo, y estaba en apuros. Como una centella emprendí una larga carrera hasta su casa sin parar de correr ni un solo momento con los nervios a flor de piel deseando saber que estaba ocurriendo y listo para luchar contra lo que fuera que había hecho que Leo me alertase. <<Ya llego chicos, aguantad>>, me dije a mi mismo pensando en el leopardo y en Mark.

Sin embargo, cuando por fin llegué a su calle en el centro de la ciudad el alma se me cayó a los pies; su edificio se hallaba en un estado deplorable, destrozado, con numerosos incendios teniendo lugar en su interior y una gran columna de humo elevándose en el cielo nocturno. Había una gran multitud de gente en las inmediaciones, también habían llegado la policía y los bomberos, de hecho, ya llevaban un buen rato.

Yo respiraba agitadamente, sin siquiera darme cuenta estaba casi hiperventilando. Mark estaba ahí dentro, lo presentía, de alguna extraña manera lo sabía. Y también sabía que el interior del edificio era un completo infierno pero aún así y, sin pensármelo dos veces, eché a correr hacia dentro con el corazón en un puño.

La visibilidad era muy baja, el humo se había extendido por casi todo el lugar pero, de alguna manera, a mí no me impedía respirar correctamente. Subí las escaleras hasta su piso como alma que lleva el diablo. Hacía mucho calor, lo sabía. No era capaz de sentirlo, pero no era difícil de adivinar con tanto fuego.

La puerta de su piso estaba cerrada. Traté de abrirla con naturalidad, pero no funcionó. Estaba bloqueada desde dentro, algo le impedía abrirse, escombros posiblemente. Decidí entonces probar algo nuevo que Elena me había enseñado: posé las palmas de mis manos en la puerta y las calenté tanto que la puerta explotó en mil pedazos. Y también lo hicieron los fragmentos que la bloqueaban.

Entré en el piso dando un salto mirando hacia todos lados desesperadamente. El fuego comenzaba a extenderse. No le presté mucha atención a eso y seguí caminando. El fuego era lo de menos. Al menos para mí.

-¡Mark! ¡Mark!-gritaba con todas mis fuerzas una y otra vez tratando de encontrarle-¿Dónde estás? ¡Mark!

Tras unos angustiosos segundos de intensa búsqueda me pareció escuchar un quejido procedente de una esquina. Rápidamente clavé mi mirada en esa dirección y me dirigí hacia allí con el corazón a mil.

Alan Heek y La Espada MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora