Capítulo 39: Esperanza

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La tenue luz de una lámpara me despertó y sentí el suave tacto de unas sábanas que me arropaban. Poco a poco fui abriendo los ojos y logré ver donde me hallaba: era una pequeña habitación con las paredes de un color rojo fuego, con algunos cuadros de criaturas increíbles. Al lado de mi cama, una mesita de noche con unas vendas llenas de sangre servía de apoyo para la lámpara que iluminaba la habitación. No tenía ni idea de donde me encontraba y la puerta estaba entreabierta, por lo que la curiosidad surgió en mí y me incorporé en la cama con la intención de levantarme, pero un pequeño y punzante dolor procedente de mi costado derecho me asaltó y dejé escapar un tenue gemido de dolor.

No tenía camiseta así que pude observar como la herida causada por Asmodeus todavía no estaba del todo curada y aún dolía un poco, pero progresaba adecuadamente.

En ese momento oí movimiento a los pies de mi cama y me llevé una grata sorpresa cuando la criatura que había estado descansado al lado mía se desperezó y se puso en pie. La alegría no cabía en mi interior.

-¡LEO!-el felino se abalanzó sobre mí como si fuera su presa, pero sus intenciones no eran para nada diabólicas, comenzando a lamerme la cara con ansias para después apoyar su cabeza en mi hombro derecho mientras yo lo abrazaba con todo el cariño posible. Nunca antes me había alegrado tanto de verle.-¡Estás bien! ¡Dónde te habías metido durante todo este tiempo?

-Estaba conmigo.-una voz femenina terriblemente familiar resonó tras la puerta. Alcé la mirada al frente. Era Laxis. ¿Qué hacía ella con nosotros?

Yo llevé instintivamente las manos al frente, dispuesto a pelear pese a estar malherido-¡Atrás! ¡No des ni un solo paso más!-dije nervioso. No entendía como nos había encontrado, pero no importaba. Si había que luchar, lucharía.

Sin embargo, Leo fue hacia ella y se sentó a su lado, sonriente. Yo fruncí el ceño y bajé las manos.

-¡Leo vuelve aquí! ¿Qué demonios haces? ¡Apártate de esa arpía!

-Vaya, menuda forma de dar las gracias tienes tú, chico.

Yo no entendía nada. ¿De qué estaba hablando?

-¿Qué? ¿De qué hablas?-pregunté aún sin entender nada. Mi cara debía de ser un poema porque ella sonrió.

-Yo cuidé de tu guardián, y de ti también idiota.-dijo suspirando. Ahora si que era un poema mi cara.-Es parte de mi trabajo.

Yo estaba completamente impactado. Nunca me habría esperado nada semejante de ella.

-Vaya, lo siento. Me cuesta creerte.

-Créeme, ni yo misma me lo creía, pero no podía dejaros morir a ninguno de los dos. Tu padre me mataría si eso llegase a pasar.-se acercó a mí con confianza y observó más de cerca mi herida-Esto ya está casi curado, no hará falta nada más.

Pero yo no le presté atención a eso último. ¿Había dicho algo de mi padre?

-¿Cómo que mi padre te mataría? ¿Qué quieres decir con eso?-pregunté con desesperación exigiendo saber una respuesta.

Laxis me miró durante unos segundos con sus intimidantes pero cautivadores ojos violetas.

-Tu padre nos envió aquí a Leo y a mí, para protegerte. Nosotros estamos a su servicio. Somos demonios Abisales.-desvió su mirada hacia Leo y se autocorrigió-Bueno, Leo no, no exactamente.

Miré a mi compañero, el cual ahora se había sentado a mi lado y me daba mimos ronroneando. Era demasiada información y me moría por saberlo todo pero el tiempo apremiaba.

-Está bien, dejaremos esto para después. ¿Cuanto tiempo llevo dormido?

Ella se tomó un par de segundos para contar con los dedos de su mano.

Alan Heek y La Espada MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora