Capítulo 42: Refuerzos

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Cuando Leo y yo regresamos junto a las diablesas la cara de estupefacción de Evelyn y Sasha no pudo ser mayor al darse cuenta de que el enorme dragón que caminaba junto a mí era el cariñoso y precioso felino que minutos antes se había dejado acariciar. A diferencia de las dos hermanas, Laxis no se mostró muy sorprendida al ver a mi compañero convertido en semejante bestia.

-Me lo imaginaba.-dijo sin más, acercándose. Le acarició levemente la cabeza mientras Leo la observaba con atención y emitía un sonido muy parecido al de un ronroneo.-Tu amiguito es un Fogonero, un dragón rojo de fuego. Es inmune al calor y al fuego, justo como tú.

Yo observé a Leo maravillado. Era terrorífico y precioso al mismo tiempo. Mi compañero era un dragón, una criatura que yo nunca había visto y que hasta ese momento creía extinta. Leo aproximó su gran cráneo hacia mí y yo le di unas suaves caricias. Por fuera sería distinto, pero por dentro seguía siendo el mismo Leo de siempre.

El dragón exhaló profundamente dos cálidas y grandes nubes de vapor a través de sus descomunales fosas nasales. Yo estaba muy emocionado. No solía decirlo mucho, pero adoraba los dragones. Me parecían unas criaturas increíbles y majestuosas al igual que poderosas. Y tener a uno de ellos de mi parte...eso era algo que sólo había podido soñar. Hasta ese momento.

-Nosotras también tenemos una sorpresa.-exclamó Sasha con una sonrisa confiada que me sacó de mis casillas. Haciéndose a un lado hizo que la confusión me abandonase de golpe.

-Azrael.-musité estupefacto conteniendo un suspiro.

-Tenías razón Alan Heek. Si no luchamos seremos unos cobardes, y ya es hora de dejar de escondernos y hacer lo que realmente hemos venido a hacer a la Tierra: proteger a la humanidad.-dándose la vuelta separó con sus manos un par de frondosos arbustos que impedían ver que había más allá de ellos.

Un gran claro se extendía como se extiende una gota de aceite en una mesa. En el claro, un ejército de demonios Abisales aguardaba esperando órdenes. Los demonios-que eran los de la taberna y algunos más-iban armados y vestidos con ropas de combate y charlaban animadamente entre ellos. Si no fuera porque alguno de ellos no había adoptado su forma humana no me hubiese creído que eran demonios, aquella clase de criatura que yo consideraba mi enemigo.

Pero éstos no lo eran.

-Estamos a tus órdenes Alan Heek. Obedeceremos todo lo que nos digas. Al menos, hasta que termine la batalla.

Alcé a Esperanza apuntando con ella al nocturno cielo rojizo. Bajé la espada y señalé la dirección que debíamos tomar. Antes de que el ejército avanzara Leo soltó un brutal rugido que debió resonar en todo el bosque y escupió una llamarada de fuego incandescente hacia las estrellas indicando que estaba listo para la batalla.

-Tranquilos chicos, estoy en camino, y traigo refuerzos.



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Elena siempre había pensado que en una batalla entre dos ejércitos los bandos serían fácilmente distinguibles y habría dos facciones claramente diferenciadas. Pero la realidad era muy distinta.

Apenas podía diferenciar quién era amigo y quién era enemigo. Ella prácticamente disparaba sus chorros de hielo a cualquier cosa que se movía y gruñía pero no sabía donde estaban su hermana y los demás, y los demonios eran demasiados. Ellos apenas eran once, en cambio, las tropas del ejército de Asmodeus se contaban por cientos.

Alan Heek y La Espada MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora