Capítulo 1: La chica misteriosa

72 13 45
                                    

Los pasos de una persona moribunda y con severas heridas por todo su cuerpo resonaban en plena calle en la oscuridad de la noche. El hombre de aspecto asiático, visiblemente asustado, volteaba la cabeza una y otra vez hacia atrás para mantener a raya a su perseguidor mientras corría todo lo que le daban las piernas. Estaba muy nervioso y numerosas gotas de sudor resbalaban por su frente y se precipitaban al suelo con cada paso que daba. Tenía que despistarle, si no conseguía escapar probablemente moriría.

Dobló una esquina y se topó con un cruce de calles; un pequeño supermercado se elevaba a pocos metros de su posición y hacia la derecha y a la izquierda la calle continuaba en línea recta. Observó que más allá del supermercado había unos arbustos bastante grandes. Allí se escondería. Miró de nuevo hacia atrás para ver donde se encontraba él y con una exhalación corrió hacia la maleza y se ocultó tras ella.

Al cabo de unos pocos segundos apareció su perseguidor; un chico de estatura media enfundado en un traje azul que portaba katanas en su espalda. Se quedó unos instantes mirando fijamente hacia donde se encontraba el hombre escondido. Éste trató de hacer el menor ruido posible con el pulso muy acelerado y finalmente exhaló un profundo suspiro de alivio cuando vio que el chico pasaba de largo, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

A pesar de que el peligro ya había pasado, el hombre decidió esperar un tiempo para salir. Su corazón latía frenéticamente y bombeaba sangre una y otra vez a una velocidad muy superior a la normal. Mientras aguardaba comenzó a escuchar un sonido procedente de detrás de uno de los arbustos. Echó una ojeada, pero no le pareció ver nada raro. Además, el sonido era muy leve, por lo que no le dio importancia. Sería un ratón o cualquier animal pequeño e inofensivo.

Pero cuando se puso en pie un potente rugido surgió desde el arbusto y, en un abrir y cerrar de ojos, un enorme felino de pelaje moteado y con las fauces abiertas saltó y se abalanzó sobre él. Al hombre le pilló por sorpresa el ataque y no fue capaz de reaccionar. El animal lo derribó y se colocó encima suya gruñendo y enseñando los colmillos. Era un leopardo, un precioso y enorme leopardo.

A pesar de tener al gran felino encima el hombre hizo gala de una fuerza impresionante y consiguió empujar al leopardo y propinarle un puñetazo en la mandíbula, haciéndolo caer hacia un lado.

Como una centella se giró dispuesto a aprovechar su oportunidad para escapar, pero nada más voltearse sintió una explosión de dolor en su estómago. Visiblemente asustado, se llevó las manos a ese lugar para palpar el frío tacto del filo de una espada sobresaliéndole de las entrañas. Su atacante sonrió y hundió aún más la espada en su interior, haciendo que su víctima se retorciese de dolor.

El hombre clavó su mirada en la del chico del traje, una mirada de odio absoluto, y dejó escapar un chillido inhumano antes de explotar en una nube de humo y fuego.

(Alan)

-¡Y otro más!-exclamé eufórico mirando sonriente a Leo-¿Cuántos llevamos esta noche amigo? ¿Cinco?

El leopardo me observó con sus grandes ojos azules y asintió, dándome la razón, pero enseguida se dio la vuelta y me miró de lado.

-Tienes razón, será mejor que volvamos a casa, ya es tarde.-dije mientras limpiaba la sangre negra de una de mis katanas con un paño y la guardaba en su funda. -¡Maldita sangre de demonio! Hay que ver como mancha.

Eché un rápido vistazo en todas direcciones para ver si alguien había visto algo. No había nadie, la calle estaba completamente desierta. Suspiré aliviado y emprendí la marcha hacia mi casa. Por suerte nadie me había visto matando a ese demonio. 

Mi compañero felino y yo nos dirigimos hacia casa, pero primero decidí pasar por una zona bastante frecuentada por gente joven por la noche. Mientras nos acercábamos al lugar saqué de mi bolsillo un pequeño palo metálico similar a una varita: mi invisibilizador, cortesía de los cazadores de demonios. Con brío cogí el objeto y lo deslicé por el pelaje moteado del felino, el cual emitió un pequeño gruñido debido a la quemazón, pero no hizo ningún amago de escapar.

Alan Heek y La Espada MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora