Capítulo 4: Preguntas sin respuesta

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Al marcharse Aiden, Leo y yo nos pusimos en marcha. Ya había caído la noche. Era hora de purgar la ciudad.

Como una exhalación abrí un hueco que tenía bajo la cama donde escondía varias cosas y saqué dos katanas. Las observé durante unos segundos mientras me deleitaba con su increíble tacto bajo la luz de la luna.

No obstante, decidí que esa noche no las iba a utilizar. Me bastaba con mis manos, necesitaba comprobar si lo que me había sucedido anteriormente en el baño no había sido una casualidad.

Y vaya si no lo había sido.

Una vez que ya nos encontrábamos en el exterior verifiqué la hora en mi reloj de muñeca.

-Démonos prisa Leo. La entrega se producirá en breves.-mi compañero felino asintió y juntos nos dirigimos hacia la otra punta de la ciudad.

Me había puesto mi traje de combate, el cual era bastante elástico y me permitía moverme con velocidad sin ningún tipo de problema. Era de un color azul marino que no llamaba mucho la atención y me facilitaba poder camuflarme con mayor facilidad entre las sombras. Normalmente llevaba algún tipo de arma conmigo. Sin embargo, esa vez sentí que no necesitaría ninguna.

Llegamos en cuestión de minutos puesto que la ciudad tampoco era muy grande. Se iba a producir una entrega de marihuana en un punto concreto de uno de los barrios situados a las afueras de la ciudad procedente de otro país. Pero allí estaba yo para impedirlo.

La noche era fría y el cielo nocturno estaba completamente despejado, deleitándonos con el maravilloso brillo de las estrellas que adornaban el firmamento. No soplaba nada de viento, por lo que no había ningún ruido de fondo que pudiese camuflar todo sonido que yo emitiese, pero no importaba. Tampoco necesitaba ser muy sigiloso.

La entrega tenía lugar en una nave industrial abandonada a los pies del bosque. Mi compañero felino y yo nos agazapamos tras unos matorrales para observar la escena: un grupo de seis hombres armados con AK-47 escoltaba un coche con el maletero ya abierto de par en par. Enseguida, dos furgonetas negras doblaron la esquina e hicieron acto de presencia en el lugar una detrás de otra.

De los diez hombres que escoltaban el coche, dos de ellos se hallaban más alejados que los demás y estaban más expuestos. Un blanco fácil. Leo y yo intercambiamos miradas y sonreímos.

-Sin matar Leo.-fue lo único que le dije antes de salir de nuestro escondite sigiloso como un puma e inmovilizar a uno de ellos con relativa facilidad. Rápidamente le tapé la boca con una de mis manos para evitar que diera la voz de alarma y le hice una llave para dejarlo inconsciente.

Lo arrastré hacia la maleza y cuando alcé la cabeza vi que Leo también había acabado con su oponente. Miré al frente, a lo lejos. Los demás no se habían percatado de nada de lo sucedido.

Esta vez sí nos dirigimos hacia el resto de los hombres. Sin pensárselo ni un solo segundo Leo saltó sobre uno de ellos y lo derribó al mismo tiempo que yo inmovilizaba a otro rápidamente con mis manos.

No obstante, esta vez no fuimos lo suficientemente silenciosos y, como consecuencia, varios de los hombres que vigilaban el coche con el maletero abierto se giraron en nuestra dirección con las armas listas para vaciar sus cargadores sobre nosotros.

Como una centella salté por encima del coche ante las miradas de sorpresa de mis adversarios y le propiné un fuerte puñetazo en el rostro al hombre más cercano haciendo que saliera despedido varios metros y chocara contra la pared de la nave industrial.

Aprovechando el estado de confusión de los traficantes agarré un palo del suelo y se lo clavé en una pierna a un hombre alto y fornido que trató de agarrarme sin éxito. La sangre manó y el adulto gritó de dolor llevándose las manos a la herida y soltando el arma al instante. Por el rabillo de ojo me pareció ver como Leo dejaba fuera de combate con sus garras a dos hombres más y los cuatro que quedaban retrocedieron con temor al ver al gran felino atacando a sus compatriotas.

Alan Heek y La Espada MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora