Capítulo 42 - Estaba rota

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Despierto ante el flash de una cámara.

– Ya tenemos postal navideña – oigo a lo lejos a Ben.

– Pero si aún es Marzo – le recrimina Jude.

– La guardaremos hasta entonces.

Noto cómo alguien se mueve. Abro los ojos y me encuentro abrazada a Will.

– Mierda – digo viendo que incluso he babeado en su camiseta.

Él me mira sonriente.

– A mi no eches esa mirada, fuiste tú la que se me tiró encima – contesta él levantando los brazos en señal de inocencia.

Yo froto mis ojos y bostezo.

–¿Cuánto falta para aterrizar?– pregunto.

– Cinco minutos.

Yo asiento e incorporo el asiento sin mencionar absolutamente nada sobre lo que había sucedido hace apenas unos segundos.

– ¿Me ayudas?– pregunta Will señalando su pierna.

Yo asiento y poco a poco la muevo hasta colocarla en la posición adecuada para que posteriormente los chicos lo sentaran en la silla de ruedas.

– Gracias – dice justo antes de darme un beso en el frente.

Yo me quedo paralizada. Mi piel se eriza ante el tacto de sus labios. Y ahí estaba de nuevo el sentimiento por el que había huido hacía ya unas semanas.

Mis mejillas comienzan a arder y él ríe al ver cómo me sonrojo.

– No deberías volver a hacer eso – digo con tono seco tratando de figurar indiferencia.

– Juraría por un momento haber visto a la Emily que conocí en la universidad, la misma que compartía cuarto conmigo – susurra en mi oído.

– Las personas cambiamos – susurro con voz entrecortada.

– Es posible, pero no nuestra esencia. Esa nos acompaña de por vida – contesta Will.

Yo trago saliva para tratar de liberar el nudo en mi garganta causado por las palabras de Will.

Suena por megafonía el aviso que indica que el avión va a aterrizar de forma inminente.

– ¿Qué quieres decir con eso?– contesto una vez que el aterrizaje finaliza.

– ¿Con qué?– pregunta.

– Cómo que con qué– digo un tanto molesta – con tu discurso sobre la esencia de las personas.

– Eso lo tendrás que interpretar tú – me indica justo antes de que Max y Ben lo ayuden a sentarse en la silla de ruedas.

Yo me quedo pensativa unos segundos para después tomar mi mochila y encaminarme hasta la salida del avión.

New York nos recibe con un tiempo bastante desapacible. Logan empuja la silla de Will, el cual observa a los pasajeros de otros vuelos cruzar la pista de aterrizaje hasta sus respectivos aviones.

– ¿Todo bien, Em?– pregunta Max alejándose del resto para caminar junto a mi.

Yo asiento en respuesta.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Pareces algo molesta – afirma.

Yo le sonrío y engancho mi brazo al suyo.

– Estoy bien tonto. No te preocupes, solo estaba pensando.

Él camina en silencio junto a mi. Cruzamos el aeropuerto y esperamos en la entrada durante unos minutos.

Mark llega con un coche y Linda, su mujer, con otro justo detrás de él. Nosotros nos repartimos entre ambos coches.

Max, Jude y yo subimos al de Linda. Mientras que Will, Ben y Logan suben al conducido por Mark.

– Hola guapa – dice Linda cuando abro la puerta del copiloto con intención de tomar asiento.

– Gracias por recogernos– le sonrío una vez ya dentro.

Ella le quita importancia con un gesto con la mano. Linda, a través de su espejo retrovisor, posa su mirada en Max y Jude una vez que se han sentado en la parte trasera del vehículo.

– Encantada de conoceros chicos, soy Linda– dice ella girándose y tendiéndoles la mano.

– Sí, lo sabemos. Te conocemos por los partidos de Mark. Muy buen jugador– dice Max.

Ella sonríe.

– Yo soy Max– contesta estrechándole la mano.

– Y yo Jude, encantado– dice repitiendo el gesto.

– Son mis compañeros de fraternidad y amigos de Will y míos– le indico a Linda.

–Pues es un placer conoceros chicos– contesta Linda – bueno, después de las presentaciones nos ponemos ya en marcha que tenemos media hora hasta la dirección que me habéis indicado.

Yo asiento.

–¿Qué tal tus hijos?– le pregunto tras unos minutos de recorrido.

– Mi hija sigue enamorada de ti. Desde que te sitúas en las gradas junto a la prensa no para de suplicarme que le lleve a saludarte.

– Qué tierna– contesto.

– Y yo le insisto que estás trabajando

– No te preocupes, un día subiré a verla.

– Se alegraría mucho si lo haces– me indica.

Yo asiento.

– ¿Y a vosotros os gusta el fútbol?– pregunta Linda a los chicos.

–¿Qué si les gusta?– pregunto con ironía– son también jugadores. Vivo rodeada de ellos. Es como una maldición.

Linda ríe y Jude rueda los ojos.

– Lo dice porque no quiere reconocer lo mucho que nos quiere– indica Jude.

Yo sonrío y los miro a través del retrovisor.

¿Qué si los quería? Como los hermanos que nunca tuve. En los últimos meses nos habíamos convertido en uña y carne.

Cuando rompí con Will tenía miedo de que la relación con los chicos se viera dañada. Ellos me demostraron que se puede amar a personas que no son de tu sangre con la intensidad con la que yo los apreciaba a los cinco, incluido Will.

Habían ocupado un espacio que había permanecido vacío desde el día en que murieron mis padres. Nadie había conseguido mantenerme estable con la alimentación, dejar el tabaco y la mala vida con la que trataba de paliar el sentimiento de culpa que habían dejado en mí el accidente y la muerte de mis padres.

Y eso lo habían conseguido únicamente con su presencia. Al principio, no fueron especialmente agradables. Su forma de cuidarme era sobreprotegerme. Luego comenzaron a respetar mis espacios y mis silencios, a escucharme, a aconsejarme y a hablar conmigo.

Lo habían hecho de forma inconsciente. Ninguno de ellos conocía la repercusión que habían tenido en mi vida.

Irrumpieron en una chica rota, recogieron sus trozos y le ayudaron a reconstruir su vida.

Mi vida con ellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora