CAPÍTULO TREINTA Y SEIS.
KAILANI.
Termino de lavarme el cabello, y procedo a exfoliarme el cuerpo. He decretado que este día no me revolcaré en el aburrimiento, y luego de mi muy entretenida noche con Bastian, como que estoy con más ánimo.
La empleada, quien ahora trabaja a tiempo completo, me trae un vestido sencillo y zapatillas de piso. Cepillo mi cabello luego de secarlo y doy la orden para que alisten las camionetas e irnos.
No tengo ningún destino seguro, el chófer sólo conduce sin rumbo alguno mientras me como un cono de helado lamiéndolo como niño en feria. Veo por la ventana.
Me imagino a mi, en quizás dos años, llevando a mi hija a parques, cines, circos y cuanta cosa pida. Siento que seré una madre muy alcahueta, y tomando en cuenta que sólo quiero tener un hijo, ella será el centro de atención siempre. Si, definitivamente será muy consentida.
—¿Quiere bajar en el zoológico, señorita? —pregunta el escolta mientras la camioneta baja la velocidad.
—No, vayamos a Beverly Hills, pasaré a supervisar mi casa.
Desde que vivo con Bastian no me paso por la casa que adquirí un mes antes de saber sobre el embarazo, además, el ver animales encerrados y fuera de su hábitat como que no me apetece.
Pero, mis planes se ven truncados cuándo recibo un texto de Abdel en el que me dice que ya es el momento indicado, así que con una orden al jefe de escoltas, me encuentro en la casa de mi hermano junto a la pequeña pelirroja que nos mira a la espectativa.
Shia es una chica muy sensible, fue quizá la razón principal por la que el mismo Mamudh prefirió que fuéramos Abdel y yo quiénes habláramos con nuestra hermana menor. Así que cuando Abdel comienza a hablar, solo me percato en cómo los ojos de la adolescente se comienzan a llenar de lágrimas.
—... Jule y yo creemos que ellos han tomado una decisión acertada, que es lo mejor para ambos —finaliza.
Ella sólo alterna la vista entre nuestro hermano y yo, limpia sus lágrimas bruscamente formando una línea con sus labios. La nariz y las mejillas se le enrojecen.
Conocemos esa mirada, esa expresión. Va hacer una de sus rabietas. Eso es otra cosa, así como es de sensible, es de berrinchuda y caprichosa.
—¿Jule y tú? —empieza —, ¿y yo qué? Mi opinión también debería contar, ¿no?
—Claro que si —hablo —, pero solo es eso, una opinión, no es como si tú, nosotros o cualquier otra persona podría interferir en sus decisiones.
—Yo soy la principal afectada —se victimiza —. Soy yo quién perdió a sus padres. Ustedes no viven en casa desde hace años, ¡yo soy quién se está quedando sola! —solloza.
—Shia, para.
Sabemos que sólo quiere manipularnos. Siempre lo ha hecho. Desde niños. Mamá nunca lo vio como un problema, sólo como las consecuencias de haberla consentido mucho desde bebé, nada más.
Lo cierto es, que quién no la conoce, le cree todo. No está bien, y Abdel y yo siempre hemos coincidido en qué no nos dejaremos manipular por ella, por más que la amemos y siempre queramos lo mejor para ella.
—¡Nuestros papás se han separado y ustedes lo toman como si nada! ¿Que les pasa?
—No sigas —ahora ordeno yo.
—¿Ahora cuando veré a papá? Sus estupidas decisiones me hacen alejar de mi padre. Existen terapias de parejas, ¿por qué no toman algunas? ¡Solo piensan en ellos!
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HABACH: El precio de la fama. ✓
RandomHollywood no se reduce únicamente a la fama y el poder; también está impregnado de envidia y avaricia. La vida en este entorno no garantiza felicidad ni seguridad; en cambio, puede llevar a la infelicidad y a un constante estado de vulnerabilidad. K...