CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE

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CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE

BASTIAN.

Enero, 29

Grindavík, Islandia

Los jadeos en mi oído me hacen apretarle más los glúteos a media que acelero el ritmo de mis caderas entrando y saliendo de ella. La posición me da acceso a su cuello, así que beso el área, chupando y tirando de la piel, dejándole una marca roja sobre la que le hice hace un par de noches y ya comenzaba a desaparecer.

—Ah —un jadeo se escapa de mi cuando ella misma se mueve, trazando un ritmo con sus caderas que me hace cerrar los ojos ante la sensación.

El cabello rubio le cae sobre la espalda y se mueve a medida que salta sobre mi regazo. Nuestros labios se unen en un beso lleno de deseo. Me toca el rostro y siento el frío metálico de los anillos que me recalcan que es mi mujer.

Me muevo más duro dentro de ella, los gemidos que emite son gasolina para la llama que tengo dentro y la noto estremecerse cuando expulsa el orgasmo arrastrándome con ella también.

Nos mantenemos en esa misma posición por unos minutos luego de salir de ella. Reparte besos por toda mi cara con una sonrisa que no se le borra.

—Quiero ir al lago —comenta, sin dejar de pasar su mano sobre mi.

—Te la pasas más allí que en la habitación —noto.

—Es que hoy es el último día. Además, me encanta —da como respuesta.

—¿Y es que lo que tienes en la habitación no te encanta?

Suelta una risa divertida que me hace bajar los ojos a su boca y sonreír. Hermosa.

Nos vestimos y tomamos lo necesario para luego salir de la habitación. Los escoltas se mantienen a nuestra espalda y subimos al auto que nos deja en las instalaciones que rodean el Lago Azul.

Bajamos y Juliette parece una niña pequeña. Es la millonésima vez que venimos desde que llegamos a Islandia y se ve tan emocionada como el primer día. Adentro del lugar nos proveen de lo que necesitaremos y nos encaminamos al lago.

Kailani, por supuesto, es la primera en entrar, caminando con suma delicadeza debido a la arcilla negra resbalosa. El olor a azufre me llega y termino de sumergerme. Pagué por el espacio privado entre paredes de roca volcánica, así que nos encontramos solos.

—Una para Svetlana —me dice levantando el móvil y tomando la foto.

—A Svetlana no le importan las fotos donde no aparezca ella —menciono —. Si quieres una foto pídela y ya, no digas mentiras absurdas.

Me da una mala mirada y sigue en lo suyo. Aprovecho su distracción y reviso mi móvil sin encontrar ninguna notificación reciente, lo que me hace tensarme.

Algo anda mal. Mykelti no me dice nada, pero sé que está sucediendo algo en Los Ángeles porque tengo una preocupación latente en el pecho. Eso, y qué con lo fastidioso que es el griego, resulta extraño que no esté llamando a cada cinco minutos para joder.

Cuando escucho risas, alzo la cabeza para encontrarme a Casper en vez de a mi esposa.

—No podía venir aquí y no hacer esto —se defiende cuando nota mi mirada.

Tiene toda la cara blanca por el sílice que aplicó sobre su piel. Agito la cabeza riendo.

—¿Donde es la función? —me voy acercando a ella.

—¿Eh? —la risa va cesando.

—¿Que dónde es la función, payaso?

Me arroja un puñado del emplazamiento que se queda pegado a mi piel por lo baboso que es. Que asco.

HABACH: El precio de la fama. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora