CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

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CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO.

Narrado en tercera persona.

Mientras el clima en Los Angeles auguraba una tormenta dispuesta a volverse un diluvio, a 16,413 kilómetros de la ciudad californiana, en Asmara el sol estaba dispuesto a dejar un bonito bronceado digno de presumir en bañador.

Mateo Hidalgo y Pilar Castillo emprendían un viaje al centro de la capital eritrea. Con los nervios de punta, se arriesgaron a tomar un vuelo al otro lado del mundo. Siendo la primera vez de ambos en el continente africano, bajaron del transporte dándole seis nakfas¹ al conductor.

Cody Bellinger, en Los Angeles, no dejaba de releer la nota de Pilar. 《Volveré pronto y con buenas noticias. No te preocupes. Te amo》El jardinero llamaba y llamaba al móvil de la latina, pero era imposible, ni siquiera estaban en el mismo continente.

Bastian Cariecelli, por su parte, estaba tan lejos y a la vez tan cerca de la madre de su hija. En Etiopía todo era un caos, parecía un verdadero campo de batalla en el que la guerra era los malos contra... ¿los malos?

A Mykelti Jawkosqui no le temblaba el pulso para pegarle un tiro a quien se le atravesara por el medio. Lo cierto es, que Mykelti se siente culpable por el cautiverio de la novia de su primo.

Al griego de treinta y seis años se le sube el cólera cuando observa como el italiano de 1,96 se acerca a él a paso seguro.

—¡Te dije que no te metieras! —reclama el rubio tan pronto lo tiene al frente.

—¿Sabes con quién estás hablando? Es claro que no te haría caso.

—Mira, pues yo esperaba que actuaras con coherencia una sola vez en tu vida.

Bastian era otro que se sentía culpable. Coherencia es lo que menos tiene y tampoco le interesa tener tal cosa en un momento como este, en el que sólo le importa llevarle a su madre a su hija en casa.

Y justamente, en casa, la primogénita de Bastian y Kailani Habach precisamente no deja de pensar en su madre, ni siquiera cuando su institutriz intenta convencerla de llevarla al zoológico.

—Que no me gustan los zoológicos —repite la pequeña italiana con evidente fastidio.

Stephania Lemoine hace lo imposible por ganarse aún más el cariño de la hija de su novio, sabiendo que al tenerla a ella, lo tiene a él. Y, aunque Svetlana Cariecelli le tiene aprecio a la francesa, lo cierto es que desde que supo sobre el noviazgo de su padre con ella, la mira con cierto recelo.

—¿Entonces que quieres hacer? —pregunta Stephania, casi dándose por vencida.

Voglio vedere la mamma —la francesa se sorprende con la petición. 《Quiero ver a mamá》

—¿Quieres... ir a la casa de Scarlett y ver la ánfora?—está confundida, por primera vez la escucha hablar de su mamá.

—No, quiero que me lleves donde tú fuiste —declara.

Stephania se confunde aún más. Maquina intentando entender lo que le dice la niña, pero nada, sólo se pierde todavía más.

—¿Podrías ser más específica?

Ella abre la boca para explicar, pero entonces la cierra cuando recuerda la promesa que le hizo a su tío.

Las ganas de ver a su mamá son muy grandes. Siempre quiso hacerlo, ya ver sus fotos no la llenaba, necesitaba más. Necesitaba sentirla, al igual que en esos sueños que parecían tan reales.

—Llamémosle a papi orco —decide.

○●

Mateo y Pilar se instalan en una cabaña con vista a unas de las atracciones turísticas de Asmara; un cementerio donde reposan los restos de las maquinarias usadas en la guerra contra Etiopía.

HABACH: El precio de la fama. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora