CAPÍTULO DIECIOCHO

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CAPÍTULO DIECIOCHO.

BASTIAN.

Veo en sus ojos la misma mirada que vi el día que tuve la lesión, 《lástima》, y quiero decirle que deje de observarme de esa manera, pero a la vez no paso por alto el hecho de que pasó de leona indomable, a gatita indefensa.

Reposa su cabeza en el espacio entre mi hombro y cuello, mientras acaricia con sus manos una de las mías. He pasado por muchas cosas, muchos altercados, muchos problemas, y siempre los he tenido que enfrentar sólo.

Se siente extraño tener a alguien que te apoye, anime y escuche. Quizás esa era la razón por la que actué de esa forma con ella, y no es que me esté justificando, porque entiendo que no debí gritarle, pero también entiendo que quizás no supe lidiar con la realidad, con mi nueva realidad; tengo una novia a la que le importo, y la que sé, que va a tomar mi mano en todo este proceso, tal como lo hace ahora.

—La doctora dice que tomando en cuenta que la fractura no está en un nivel de gravedad, no existe muchas probabilidades de que la operación salga mal —hago una pausa —, pero que igualmente, y como toda operación, está ese pequeño porcentaje de peligro.

—Se necesita más que un mínimo porcentaje para poder con Bastian Cariecelli —asegura —. Ya verás que saldrás del quirófano corriendo... no hay nada que temer, creo en tu fortaleza.

Esas palabras causan sensaciones nuevas en mi pecho, y unas extrañas ganas de no querer separarme físicamente de ella en este momento, por lo que la rodeó con el brazo.

—Con qué alimentando mi ego, ¿eh? —digo sustituyendo las dos palabras que mi cabeza me ordenaba le dijera.

—No te acostumbres —avisa.

—Tarde, porque ahora espero que lo hagas por lo menos dos veces al día —suelta una risa para nada real.

—Si, claro —niega con la cabeza —, espera sentado a que hago eso.

—Lo haré.

El perro se nos arroja encima. Creo que el animal tiene algún retraso mental, porque a veces parece ser uno de esos perros policías que ni siquiera te les puedes acercar porque se te lanzan encima dispuestos a despellejarte, otras veces parece que una hormiga lo puede hacer llorar.

Me da la impresión de que se parece a cierta rubia.

—Perro traidor —lo acusa acariciándole el pelaje.

—De hecho, es todo lo contrario; es mío, así que me tiene que ser fiel a mi, no a ti.

—Pero yo le doy mimos, tú a duras penas lo reparas —frunce el ceño haciendo un gesto como si en verdad le molestara que el animal no la haya defendido.

—Yo más bien creo que le estás dando mimos al animal incorrecto —se separa de mi, pero solo lo suficiente para poder conectar miradas.

—¿Te das cuenta que te haz llamado animal tú mismo?

—Pues esa es la perspectiva que tienes de mi según lo que dijiste hace un rato, ¿no es así? —ladea la cabeza, sonriendo.

—Si, te llamé animal —siento como se va acercando —, pero te aseguro, que fue un cumplido.

Deja su mano muy cerca de mi entrepierna, acorta la distancia que nos separa cuando chocamos nuestros labios. Me doy cuenta que desde que llegó no habíamos tenido ningún acercamiento, no sé cómo pude haberme aguantado tanto tiempo.

Mi mano se pierde en su melena cuando profundizo el beso, devorando sus labios como me gusta hacerlo. Nuestras bocas encajan a la perfección moviéndose sincronizadas, dejando que nuestras lenguas se unan al beso que pasó de ser lento y suave, a ser vehemente y con ansías de pasar a otro nivel.

HABACH: El precio de la fama. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora