CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

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"Tengo la teoría de que cuando uno llora, nunca llora por lo que llora, sino por todas las cosas que no lloró en su debido momento"
~Mario Benedetti

CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS.

Los Angeles, CA.

Al día siguiente.

BASTIAN.

Observo con atención los movimientos de las enfermeras, quienes pasan de la habitación al cuarto de baño con implementos de limpieza y aseo personal. Escucho las quejas de la mujer, pero dejarla sola no es una opción, pues no ha ido todavía a evaluación psicológica y no sabemos que pueda hacer.

Llegamos a Los Angeles y al mismo momento Kailani fue ingresada a una clínica privada, donde se estuvo rehusando a ser aseada hasta ahora. Entiendo que debe ser malditamente difícil que la vean con poca ropa luego de lo que vivió, pero no podemos correr el riesgo de que esté sola en una habitación.

Los Habach fueron informados de los nuevos sucesos, no quise involucrarme en eso porque lo menos que necesito es soportar lloriqueos y cuestionamientos por parte de ellos. Puedo imaginar lo impresionados que están, pero ni quiero ni seré yo quien responda sus preguntas.

El asunto de Mateo es otro problema más. Los papás quieren demandar por no sé que mierdas que no tienen ni pie ni cabeza. Aunque se que la demanda no se concretará por no tener fundamentos ni argumentos válidos, sé que al Kailani enterarse será otro dolor de cabeza para ella.

Sale del baño acompañada de dos enfermeras y yo simplemente no puedo terminarme de creer que la esté viendo. Es ella. En verdad es ella.

El desastre emocional que estoy experimentando es difícil de comprender, ni yo sé definir lo que siento en una sola palabra. Hace dos semanas la creí muerta por cuatro años, y ahora la tengo, viva y sana, dentro de lo que se puede decir.

—¿Necesita algo más?

—Si, que se larguen —contesta la rubia en un tono de cabreo.

La enfermeras se miran entre sí y luego posan sus ojos en mi. Asiento con la cabeza, logrando así que se despidan y salgan de la habitación.

El silencio se toma el lugar, donde sólo se escuchan los ruidos que producen los movimientos de Kailani mientras se acuesta en la camilla con el ceño fruncido y resoplando con fastidio a cada nada. Parece una rabieta de Svetlana. Se comporta como una cría.

—¿Te vas a quedar ahí sólo viendo o qué? —sus ojos se posan sobre mi, haciendo que una extraña sensación me recorre la espina dorsal.

—¿Y qué quieres que haga? —a diferencia de ella, hablo en un tono más suave.

Hace un mueca que no logro entender. Gira la cabeza a otro lado.

—Traela.

Una sola petición me da a entender lo que quiere, y es a nuestra hija.

—Lo haré —aseguro —, pero solo luego de que comas algo.

Vuelve a hacer una mueca, esta vez de desagrado.

—La comida que sirven aquí es asquerosa —dice —. Nada me apetece, de hecho, me da náuseas.

—¿Qué quieres comer? Lo mandaré a traer para ti.

Le veo la mirada perdida, cosa que he notado durante el vuelo y de camino aquí, pero cuando noto que los ojos se le cristalizan siento la necesidad de acercarme a ella.

Con cautela me siento a su lado, tomo una de sus manos, y el que de un pequeño brinco, nerviosa, me hace apretar la mandíbula.

Maldito Kanan.

HABACH: El precio de la fama. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora