CAPÍTULO VEINTINUEVE

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CAPÍTULO VEINTINUEVE.

Podemos hablarle directamente a nuestro corazón. Las culturas antiguas lo saben. Podemos conversar con el corazón como si fuera un buen amigo. En la vida moderna estamos tan ocupados con los quehaceres y pensamientos de cada día que hemos perdido ese arte esencial y ya no somos capaces de encontrar tiempo para charlar con nuestro corazón.

~Jack Kornfield

BASTIAN.

Coloco el borde la taza de café contra mis labios mientras observo desde el balcón como la rubia batalla con Snoll para que suelte la sandalia que muerde.

Me divierto con la escena tomando en cuenta que ella siempre es quién se burla cuando el perro intenta comerse algunos de mis calzados o calcetines.

—Vamos, Snollie, necesito irme —presiona pero el animal no tiene intenciones de ceder.

—Sólo busca el otro par que están en el clóset de abajo —le grito. Alza la cabeza mirando hacia mi lugar.

—Esos son deportivos, lo combinan con lo que traigo —se señala a si misma.

—Refréscame la memoria, ¿vas a ir de compras o a ponerme los cuernos? —cuestiono notando lo arreglada que está.

Sonríe con malicia.

—Ambas, quizás.

—Hmh, procura que no me lleguen con cotilleos —agita la cabeza riendo.

—Siempre me visto bien para salir, ¿sí captas lo que son los paparazzis? Debo estar presentable —defiende.

—Ajá —me alejo del balcón caminando fuera de la alcoba. Dejo la tasa vacía sobre el mármol de la cocina.

Recuesto mi espalda sobre la mesa y veo hacia las puertas corredizas como la mujer sigue intentando rescatar su zapatilla.

—Algo de ayuda no me vendría mal —nota mi presencia.

—Me entretiene más verte —no me muevo.

El perro se cansa de luchar con la artista y suelta el zapato acostándose en el suelo con las patas hacia arriba. Ella chilla feliz al tener su calzado de vuelta.

Entra hasta la cocina y me muestra la zapatilla.

—La tengo.

—Está toda llena de baba —señalo.

—Eso se soluciona limpiándola... con una de tus camisas.

—Ni se te ocurra.

Y no solo es una camisa, es la camisa que tengo puesta. Aprieto la mandíbula viéndola fijamente mientras como si nada quita la baba del perro con la prenda.

—A mala hora te invité a dormir.

—Y peor aún, proponer que me quedara contigo durante el resto del embarazo —se burla.

Si, bueno, supongo que fue el calor del momento.

—Me retracto —digo. Se aleja sentándose en el sofá para colocarse la zapatilla.

—Tarde, ya le dije a los escoltas que luego de ir a las tiendas pasaríamos por mi casa recogiendo lo necesario, luego iré por lo demás.

—Dejaré que te quedes sólo si mantienes tus rituales satánicos lejos de mi casa.

—¡No son rituales satánicos! —se molesta —, deja de llamarlos así.

—Si, si, preparación prenatal —corrijo en un tono absurdo.

HABACH: El precio de la fama. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora