CAPÍTULO VEINTIOCHO

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CAPITULO VEINTIOCHO

KAILANI.

Un mes y medio después.

Nos adentramos a Beverly Hills mientras guardo mi cabello dentro de una gorra y coloco las gafas de sol sobre mi nariz en un intento de querer pasar desapercibida. El Cerdars-Sinai Medical Center se cierne frente a nosotros.

El castaño estaciona lo más cerca de la entrada y rodea el auto para abrirme la puerta. Entramos a la clínica, no hay muchas personas, tal como aseguró la doctora.

Estamos sobre la hora así que sólo tengo que anunciarme para que me indiquen donde debo entrar.

—¡Kailani, que bueno verte! —me recibe la mujer amablemente. Cambié de obstetra porque la anterior se me hacia muy imprudente.

—Estoy ansiosa —admito —, así que si podemos comenzar ya...

—Oh, claro —dirige su atención a mi acompañante —. Hilda Vilera, ginecobstetra —se presenta.

—Bastian Cariecelli —por la expresión de la mujer, ella definitivamente sabe quién es.

—Comencemos, tenemos una mamita muy impaciente —me lleva hasta la camilla.

Detrás de una cortina me cambio mi vestido casual por una bata. Salgo y encuentro a Bastian conversando con la doctora de cosas sin importancia. Ambos me miran y la mujer sonríe.

—Recuéstate —señala.

Hago caso sintiendo los mismos nervios que la última vez que tuve una consulta médica. Creo que no sólo se trata del bebé, sino también de la persona que está sentada a mi lado, y no es precisamente la doctora.

El padre de mi hijo mira el monitor atento, aunque la doctora ni siquiera lo ha encendido.

La obstetra levanta mi bata, tapándome de la cintura para abajo con una sábana delgada, aunque tal cosa resulta inútil cuando el hombre que me acompaña me ha visto de todas las maneras posibles.

Aplica el gel sobre mi abdomen mientras que con la otra mano teclea aquí y allá en el monitor. Vuelve su vista a mi sonriendo nuevamente. Me gusta. Con ella me siento mucho más cómoda. Le devuelvo la mueca.

—Veamos que hay por aquí —el Doppler se comienza a mover sobre mi vientre solo un poco abultado, tampoco es que se esté notando mucho el embarazo.

Observo el monitor esperanzada. Solo veo manchas. ¿Me convierte en una mala madre no ver a mi hijo?. Nunca he entendido estas cosas, y esta no parece ser la excepción.

—Hable —ordena Bastian en un tono demandante.

Lo miro por un segundo abriendo un poco los ojos para que entienda que debe bajar la guardia. Es un cavernícola.

—No veo al bebé...

Mi mundo se paraliza. Siento un apretón en la mano y noto que es la de Bastian, quién aprieta la mandíbula y ve a la doctora como si quisiera lanzarle dagas.

—¿Cómo que no lo ve?

—No, no —digo —. Allí está, ¿ve? —señalo una parte del monitor.

la doctora suelta una risa pequeña —Cariño, esa es la fecha de hoy.

Observo mejor y noto que tiene razón. Los ojos comienzan a picarme.

—Pero tranquila, aquí está —ahora es ella la que señala. Suelto una bocanada de aire.

Siento como el agarre de mi mano se afloja un poco.

—Este pequeño está jugando a las escondidas —bromea —. Estas entrando en la semana dieciocho, sus órganos se comienzan a desarrollar.

HABACH: El precio de la fama. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora