CAPÍTULO SESENTA

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CAPÍTULO SESENTA

KAILANI.

Los Angeles, CA

«¡Mami, estás hermosaEl corazón se me encoge cuando los recuerdos se vuelven amargos «—Eres más bonita que todas las princesas de Disney»

Intento mantener la compostura, pues no debo flaquear justo ahora, pero mi mente juega en mi contra recordándome los abrazos, los besos, las risas, la voz y la sonrisa de mi hija.

Tomo una bocanada de aire. Debes ser fuerte, Kailani. Mi hija no necesita una desestabilizada emocional como madre en este momento. Debo mantenerme de pie y firme para enfrentar lo que se nos viene.

Me sujeto más al brazo de Bastian, mientras escuchamos atentos a Mykelti, y es que las lágrimas secas en su cara, y la voz temblándole a cada nada me hacen tensar la mandíbula para no echarme a llorar.

—¿Y se puede saber por que carajos Svetlana salió de Calabasas? Ni Kailani, ni yo dimos permiso para que la llevaran a Palm Springs —reclama Bastian.

Mi madre intercambia miradas con las Lombardi.

—Yo la llamé por teléfono —habla Chiara con la cara roja —, me dijo que quería ir a verme y... —se le quiebra la voz —. ¡Fue mi culpa! No debí dar la orden para que la trajeran.

Se echa a llorar sobre el hombro de su hermana mientras yo sigo luchando por no hacer lo mismo.

—¿Que pasó con el auto que los interceptó? —me atrevo a hablar.

—Quedó destrozado —dice Mykelti —. Iban tres personas en él, todos murieron.

—¿Serena? ¿Kanan? ¿Que se sabe de ellos? —pregunta Bastian.

—En la mañana estaban en sus celdas. No habían novedades.

—¡En la mañana mi hija estaba bien, Mykelti! —se altera —. ¡Y ahora está en un jodido quirófano luchando por su vida! —la voz le tiembla al final. Hace una pausa respirando fuertemente —. ¡Tiene cinco años, mierda!

Tenso la mandíbula y muerdo mi mejilla para no desvanecerme. Me repito una y mil veces que tengo que ser fuerte, pero es jodidamente difícil cuando no sé con exactitud que le ha pasado a mi hija, a mi niña.

Mykelti traga saliva y baja la mirada un segundo, cuando vuelve a colocarla sobre Bastian tiene los ojos más llorosos.

—Hablaré al alcaide para pedir novedades —declara —. Siento mucho que estén pasando por esto. No tienen idea de cuánto lo lamento.

Termina de decir hasta desaparecer por el largo pasillo desolado, blanco y de luz tenue. Me dejo caer sobre una silla con los nervios de punta. El océano que tiene en los ojos mi hija, el cabello semejante al mío y la personalidad avasalladora me hacen eco, recalcando que si la pierdo sería mi muerte definitiva. Es mi todo. Es mi vida. Mi niña...

La presencia de la mujer con bata azul, gorro quirúrgico y cubrebocas me hace levantarme como si tuviera un resorte. Doy unos cuantos pasos procurando estar más cerca de ella. Siento a Bastian un paso detrás de mi.

—Mi nombre es Kristen Ruskin-Howell, soy la neurocirujano. Estoy a cargo del caso de la infante Svetlana Cariecelli Habach.

—Nuestra hija —hablo —. ¿Cómo se encuentra?

—Ingresó a la clínica con signos vitales, débiles, pero con pulso —comienza, y siento un sinfín de emociones, ninguna buena —. La llevamos a radiología luego de estabilizarla, pues estaba en un estado de shock que le provocó pérdida de conciencia —continúa, alternando la vista entre Bastian y yo —. Realizamos radiografía de tórax, cuyos resultados recibimos antes de la cirugía y reveló traumatismo torácico.

HABACH: El precio de la fama. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora