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Sus manos son suaves

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Sus manos son suaves.

El color de su cabello es más poderoso que el sol, como una pequeña bola caída de aquella estrella para iluminar la tierra más de cerca. El mar se adueñó de su mirada, creando dos pequeños irises de aquel color tan atractivo y recargado de belleza. Dejaron sobre la arena una sirena ajena al mundo, bañada en preciosura y deseo. Tan hermosa, tan peculiar. Es dueña de una sonrisa que es capaz de entibiar el corazón de un asesino.

Se llama Gianna Jhalessi.

Es mía.

Es la mujer que se cuela desnuda bajo las mantas de la cama para apretar su cuerpo contra el mío. Quien me seduce, me acaricia, me marea de besos y mimos que se graban en mi cabeza hasta nublar mi razón. Con manos tan delicadas y talentosas, sus dedos trazan mi piel hasta hacerla arder de necesidad. Quiero sus besos, sus abrazos, sus caricias.

Pero entonces su tacto se vuelve frígido.

Sus caricias son falsas.

Sus besos inpuros.

Sus risas malvadas.

Es el peor demonio reencarnado en una mujer tan poderosamente atractiva cuya mente tiene la habilidad de destruir todo a su paso. Me escogió, decidió que era su presa más interesante, e hizo su camino hasta tener las garras profundamente clavadas en mi cabeza. Habló por mí, me hizo sentir de la forma en que ella quería, me volvió ajeno a mi propia piel.

Sexo.

Todo es sexo con ella.

Es la perfecta maniobra debajo de su manga. Es dueña de un cuerpo de anchas caderas y busto prominente, voluptuosa y con aquella aura sensual que te fuerza a tener tus ojos sobre ella. Sabe cómo tocarme, qué decirme, qué susurrarme para tenerme hecho un manojo de nervios. Sus dedos saben qué nudos tocar para conseguir que deje las claras faltas en el pasado y que me concentre en el placer que es nada comparado al sentimiento de ansiedad y culpa que se cosecha en mi pecho.

Sexo era lo único que quería de mí y se lo di.

Se lo di porque quería ser suyo cueste lo que cueste.

Quería ser su centro de atención al igual que ella era el mío. Quería sentirme entre sus brazos, llamarme suyo delante de los demás sin ningún miedo. Desde que tengo uso de razón, no he tenido deseo más grande que tomar su mano libremente en las calles. Siempre he querido poder sujetar su rostro y besarla hasta que la luna finalmente pudiera estar siempre al lado del sol.

No quería mostrar que era mía.

Quería enseñarles a los demás que yo era suyo.

Creo que ni para follar sirvo, porque de todas maneras nunca me amó.

Nunca me quiso.

Jamás.

—O—

Abismo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora