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El tráfico de Nueva York es una patada en el estómago

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El tráfico de Nueva York es una patada en el estómago.

Me toma más de media hora llegar a la compañía de mi familia desde el pequeño departamento que rento desde hace un mes. Saludo a varios de los trabajadores, esperando que ninguno note las medias lunas debajo de mis ojos, y camino con pasos acelerados hacia el ascensor para subir al veinteavo piso.

Sentado en el escritorio de recepción está Thadeo. El chico de cabello rojizo me ofrece una pequeña sonrisa antes de poner el vaso de café que siempre tiene listo para mí sobre el mármol fino del escritorio. Le agradezco, sintiendo mi rostro ponerse más caliente que el sol, y tomo el plástico entre mis manos para abrir la puerta de mi oficina y encerrarme una vez más, lejos del mundo.

Me tomo el tiempo para entrar al baño y acomodar mi cabello. Varios mechones se han salido del moño que me hice como loca antes de salir de casa. Thadeo tiene que pensar que he perdido la conexión entre las últimas dos neuronas en mi cabeza y me sorprende que el CEO no me haya mandado de regreso a San Francisco por mi falta de guardarropa.

Me lavo la cara una vez más antes de regresar para sentarme en el escritorio y revisar los últimos arreglos que le han hecho a los vestidos de la colección de invierno. Faltan varias semanas para el desfile, pero mi madre me ha tenido de ida y de regreso con los recordatorios de tener todo listo por si algo sale mal de último momento. Bebo largo de mi café, agradeciendo como la cafeína brinda color a mi pálido rostro, y sujeto el lápiz entre mis dedos para cancelar algunos detalles que para mi gusto son demasiado extravagantes.

Mudarme aquí hace un mes sonó como la mejor idea del mundo. Mamá accedió después de insistir un poco sobre trasladarme a la empresa que tenemos en la gran manzana y así asegurarme que todo estaba funcionando como debía. Hasta ahora el personal me ha tratado bien y se han encargado de enseñarme cómo hacen las cosas por aquí gracias al CEO de esta base.

Pero no es la mejor idea que he tenido.

El vibrato del telefóno del escritorio me agarra desprevenida. Dejo el lápiz a un lado del portafolios y presiono el botón del altavoz.

—¿Thadeo?

—Señorita Kabakov, el señor Hadden está afuera esperando hablar con ustedes.

Me ahogo con mi café.

—Hazlo pasar, por favor.

Por el rabillo del ojo me aseguro que mi rostro y cabello estén decentes antes de que el CEO de esta empresa, el señor Hadden, entre a mi oficina después de que Thadeo le abra la puerta. Mi secretario me guiña un ojo, intentando calmarme con aquel simple gesto, y consigue el efecto opuesto. Me levanto de mi silla, maldiciéndome por haber escogido este día para usar pantalones de mezclilla y una vieja camiseta del equipo de voleibol de mi hermano.

Joder, todo tiene que pasarme.

El señor Hadden no comenta nada con respecto a mi atuendo, pero sé muy bien que me mira de pies a cabeza en cuestión de segundos. Soy la hija de la dueña de toda esta marca de diseñadores, quien es su jefa, y parezco una loca recién salida de un sótano comparada a los demás trabajadores que vienen vestidos como para un desfile de los Oscar.

Abismo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora