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Sonrío cuando Sana se encarga de ayudarme a comer

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Sonrío cuando Sana se encarga de ayudarme a comer. Como cuando éramos dos personas que recién se conocían en este mundo lleno de cámaras y nos encontrábamos viendo películas en mi habitación mientras esperábamos pequeñas llamadas que nos dijesen que el público nos aceptaba. Me ayuda a separar las verduras de las carnes y se asegura que me coma cada una de ellas.

—Mira, aquí le puedes echar salsa de soya —me dice.

Toma la pequeña garra para echarle gotas del líquido al pollo hervido. Lo sujeta con sus palillos y me lo lleva a la boca. Muerdo la carne y relamo mis labios al sentir el delicioso sabor que deja la combinación de especias. Sana sonríe sonrojada. No tiene idea de cuánto aprecio que esté aquí a mi lado justo ahora que tengo demasiados problemas en mi mente. Sabe cómo calmarme y hacer que deje de preocuparme por los demás.

—Odio estos antibióticos —le digo, después de haberme metido como cinco de esos de un solo.

—Tienes que comer y ponerte fuerte para dejar de tomarlos.

—Sólo a mí me pasan estos problemas —susurro.

Sana niega con la cabeza y deja su plato sobre la mesa.

—Todos tenemos problemas —me corrige —. Unos más que otros, pero todos somos capaces de salir victoriosos. Deja de ser tan pesimista, ese no es el Taehyung que yo conozco —me reprocha.

—No —confieso —. Esa versión de mí murió. Se encuentra muy lejos ahora.

—Eso es mentira.

Le miro a los ojos. Sana me entrega una pequeña sonrisa, haciendo que sus ojos desaparezcan y que su nariz se frunza. Aquel gesto me hace recordar a alguien que no debería tener lugar en mi mente, mucho menos en mi corazón. Pero no puedo evitar pensar en ella, en cómo también tiene esa manía de fruncir la nariz cuando sonríe hasta el punto que las comisuras de sus labios alcanzan sus orejas.

—Todavía está con nosotros —continúa.

Coloca su pequeña mano en mi pecho, en el espacio donde pertenece mi corazón. Late debajo de mi piel, su pulso aumenta una vez que levanta la vista para mirarme a los ojos, y por un segundo, Sana no es la que me está mirando profundamente. Es ella, es mi musa de ojos azules.

Sonríe tan brillante como el sol, tan feliz como una madre cuando escucha a sus bebés reír por primera vez. En medio de la oscuridad, en lo profundo de este abismo, ella tiene el coraje de sonreír. Tiene el poder y la fortaleza para recordarme cómo hacerlo, a pesar de que mis días se han vuelto grises desde que se fue.

Su alma todavía está conmigo, marcada en mi piel. Está enredada con la mío. Ha sido de esa forma desde el día en que la conocí, desde el día en que sus labios se curvaron en una sonrisa que me pertenecía solo a mí. Fue el día en que iluminó todo mi universo, el día en que vi cuán inmensa podía ser la galaxia y como «infinito» no era una palabra lo suficientemente grande para definir la profundidad de una atmósfera tan hermosa. Ella me mostró el color, mezcló su azul con mi rojo, y un color púrpura lleno de ilusión se formó frente a nuestros ojos brillantes. Tan hermoso, tan colorido. Una galaxia donde solo ella y yo pertenecíamos.

Abismo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora