𝙲𝚊𝚙 𝚘𝚌𝚑𝚎𝚗𝚝𝚊 𝚢 𝚍𝚘𝚜

321 40 1
                                    


Recargada en el muro de la celda donde ella, su novia, sus amigas y demás invitados a su fiesta de San Valentín estaban encerrados, Avani frunció el entrecejo y cruzó los brazos a la altura del pecho con una ira que amenazaba con desbordarse.

No era malditamente posible que siempre terminara metida en problemas a causa de sus amigas idiotas. En serio no lo entendía. ¿Por qué su madre incluso dejaba que siguiera siendo amiga de Dixie?

—Oficial, por favor —llamó Avani apenas la mujer que las llevó allí pasó por la celda—. Estábamos en mi casa.

—Oh, así que usted organizó la fiesta —murmuró la oficial estúpidamente atractiva pero malditamente irritable.

—Bueno, sí, pero...

—Y usted le ofreció alcohol a menores de edad.

—No fue exactamente así, fue más...

—¿Me puede decir su edad? —La mujer volvió a interrumpirla.

—Dieciocho, pero no entiendo por qué...

—Ah, perfecto —murmuró la oficial—. Me encanta ver a niñitos ricos y mimados metiéndose en problemas estúpidos. No me equivoqué de profesión.

—Pero...

Antes de que Avani pudiera objetar, la oficial se marchó y la chica tuvo que tragarse sus palabras. Lo peor de todo era que solo llevaban dos horas allí y ya se sentía como una maldita delincuente.

Saliendo de allí -si salía- podría fácilmente interpretar a la versión femenina de El Padrino.

Charli estaba dormida en una de las camas incómodas y Dixie estaba murmurando entre sueños apretujada contra ella, como si las camas no fueran la suficientemente incómodas para una sola persona. Estaban abrazadas con fuerza, la pelinegra tenía una pierna sobre las caderas de su amiga y la corredora tenía a Dixie abrazada por la cintura mientras estaban dormidas.

Addison era una historia distinta. Permanecía sentada en el suelo polvoriento y tenía la espalda apoyada en el muro al fondo de la estancia, pero también mantenía una expresión confusa y medio soñolienta que la hacia cerrar los ojos a veces, y un pequeño hilo de sangre estaba bajando desde su ceja izquierda hasta su sien, pero estaba muy alcoholizada como para sentir el pinchazo del dolor.

A Avani le habían pateado las costillas mientras rodaba por el piso tratando de levantarse, y aunque no estaba del todo segura, casi se atrevería a apostar que fue la propia Charli en un intento de entrar en la pelea de una forma u otra. Sus costillas se sentían mallugadas y de hecho, cuando comprobó un momento atrás, la piel de su costado había empezado a tornarse púrpura.

Afortunadamente su rostro estaba bien.

—Señorita —llamó una oficial al tiempo que se detenía frente a la celda, por lo que la chica alzó la mirada—. Tome, les compré esto —murmuró la tiempo que extendía una bolsa de plástico con cuatro bebidas de electrolitos en el interior—. Me da la impresión de que van a pasar un largo rato aquí, y una vez que esas chicas despierten, sus cabezas las querrán matar.

—Oh, muchas gracias, oficial —Avani se apresuró a tomar la bolsa entre los barrotes y sonrió—. Le pagaré apenas consiga mi billetera.

—Oh, no, prefiero que su pago sea no invadir un condominio privado y hacer una fiesta en una de las residencias.

—¿Perdone? —Avani frunció el entrecejo—. ¿Puede decirme a qué se refiere?

—La propietaria del lugar llamó y denunció un allanamiento de morada —explicó la oficial brevemente—. Así que si yo fuera usted, señorita, mejor...

—¡¿Mi madre llamó a la policía?! —Chilló Avani, completamente ofendida.

Dixie despertó mareada y con ganas de vomitar, pero se tranquilizó al sentir un brazo alrededor de su cintura, y a pesar de que la cama era malditamente incómoda, se fundió en el abrazo aún con los ojos cerrados y buscó a tientas los labios de su novia.

Para ser justos, Dixie estaba demasiado ebria, así que no notó que en lugar del delicado sabor a fresa en la boca de su novia, este se había convertido en un marcado sabor a cítricos, y de hecho, Addison la estaba besando de forma distinta, más lánguida y definitivamente con la intención de llegar a más -lo que lograría en muy poco tiempo si seguía besándola así-, pero, ¿quién era ella para negarse?

—¡¿Qué demonios, D'amelio?!

La voz de Avani sonó histérica y solo entonces la pelinegra abrió los ojos apenas un segundo antes de que Charli hiciera lo mismo debido al grito. La corredora jadeó de forma entrecortada y rápidamente empujó a Dixie por el borde de la cama para alejarla, lo que hizo que esta cayera al piso con un quejido y llevara su mano a la zona dolorida.

—Lo siento —siseó la pelinegra—. Pero al menos ahora puedo decir que Charli besa increíblemente bien. Es más, de ahora en adelante le voy a dedicar I Kissed a Girl.

Avani se veía furiosa y a punto de gritar a causa de la frustración, y Dixie lo entendía, la mayor parte del tiempo que pasaban juntas terminaban metidas en problemas, así que en serio no podía culparla.

En determinado momento entre las ocho y las nueve de la mañana, Avani fue a hacer su llamada telefónica y obviamente llamó a su madre, quien respondió el teléfono con desdén y argumentó que debía hacer su rutina de pilates y terminar su desayuno antes de pasar por la estación de policía.

Una hora más tarde, con dolores de cabeza horribles y un hambre desmesurada, las cuatro chicas estaban sentadas en el piso mientras se bebían los electrolitos, y solo entonces la señora Gregg ingresó, vistiendo un traje de negocios y con su usual porte real.

—Madre —Avani se puso de pie rápidamente y caminó hasta estar cerca de las rejas—. Gracias al cielo que estás aquí. Gracias por pagar las fianzas y...

—¿Qué? —Hipólita se mostró confundida—. Ah, no, querida, no pagué sus fianzas.

—¿Qué? ¿Por qué no? —Se apresuró a cuestionar la chica—. Estás aquí y...

—Ah, eso —la mujer se rió y le pasó a su hija dos bolsas de papel—. Vine a traerles McDonald's y café para el desayuno, y también vine para avisarte que tengo programado un vuelo a Seattle en media hora.

—Pero, madre —Avani balbuceó y una expresión de pánico inundó sus facciones—, ¡no nos puedes dejar aquí!

—¿Por qué no? —Hipólita rodó los ojos—. Encontré dos ventanales rotos, por lo menos trescientas cincuenta latas de cerveza y el cristal de la mesa de centro estaba estrellado. Además, estoy segura de que alguien profanó mi habitación.

—Madre...

—Tranquila, pequeña Avani —la mujer acunó la mejilla de su hija con cariño y sonrió—. Las dejarán ir luego de veinticuatro horas.

"𝚂𝚝𝚘𝚕𝚎𝚗 𝚔𝚒𝚜𝚜𝚎𝚜"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora