𝙲𝚊𝚙 𝚍𝚒𝚎𝚌𝚒𝚘𝚌𝚑𝚘

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Dixie al fin reunió el coraje de hacer la visita el domingo, luego de fingir ante su vecina religiosa que estaba enferma y no podría ir a misa.

Llamó a la puerta con las manos temblorosas porque estaba nerviosa como el infierno -la reja había estado de par en par y facilitó las cosas, porque la pelinegra no imaginaba cómo podría haberla saltado- y esperó algunos segundos hasta que la puerta fue abierta.

Ante ella no estaba Addison, sino una mujer de mediana edad con el cabello negro recogido de forma elegante, vestida de manera formal y honestamente muy bonita, pero aunque su lógica le decía que era la madre de su ladrona de besos, lo cierto era que no había mucho parecido entre ambas.

Para empezar, la mujer tenía el cabello negro y Addison era rubia.

—Oh —la mujer frunció el entrecejo con algo parecido a la preocupación y después añadió—: ¿Puedo ayudarte en algo?

Dixie balbuceó con torpeza e incluso se le escapó una risa nerviosa, de repente aquello se sintió estúpido y trató de disculparse por entrometerse. Se sintió avergonzada, sin saber qué decir y demasiado asustada también, aunque no tenía idea de por qué.

—Buen día. Lo siento, usted debe ser la madre de Addison, lo lamento mucho, no quise molestar, de verdad, pero iba pasando y la reja estaba abierta y...

—Oye, respira un momento —la mujer esbozó una sonrisa tranquila y colocó su mano sobre el hombro de la pelinegra. El mismo acento en la voz de la rubia salió a relucir—. ¿Estás buscando a Addison? Ella está arriba, puedes pasar si quieres.

—En realidad... ¿podría avisarle que estoy aquí y ver si puede bajar? La busca Dixie —finalizó en un murmullo.

La madre de Addison alzó una ceja al escuchar su nombre -y la pelinegra se preguntó por qué- pero asintió de todos modos, y luego de murmurar que le diera un momento, entró a la casa presumiblemente en busca de su hija.

Cerca de un minuto después, la rubia apareció descendiendo las escaleras, y Dixie se quedó congelada en su lugar. Llevaba el cabello rubio suelto y en suaves ondas, vaqueros azules y una camiseta gris, sin embargo, iba descalza. También, en su rostro apareció una expresión de asombro cuando sus iris mieles se centraron en la visitante, y casi tropezó antes de llegar a la puerta debido a la sorpresa que le causó encontrarla en su porche.

—Uhm, hola, Dixie.

La pelinegra tragó saliva al por fin tener a su ladrona de besos frente a ella, al ver directamente los ojos más mieles que había visto nunca y la sonrisa tímida más linda de toda la historia.

No pudo evitarlo.

Apenas la chica estuvo a su alcance, Dixie tomó dos puños de su camiseta y la acercó a su boca con reticente suavidad. Addison jadeó ligeramente, pero no se apartó, quien lo hizo fue la pelinegra luego de un segundo, y cuando la rubia iba a hablar, Dixie salió huyendo despavorida en dirección a su casa.

"𝚂𝚝𝚘𝚕𝚎𝚗 𝚔𝚒𝚜𝚜𝚎𝚜"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora