𝙲𝚊𝚙 𝚌𝚞𝚊𝚛𝚎𝚗𝚝𝚊

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Tirada en su cama con Cali echada a su costado mientras dormitaba, Dixie dejó salir un suspiro pesaroso y se cubrió el rostro con el antebrazo a causa de la estúpida apuesta que hizo con Addison.

Aceptó debido al calor del momento y porque la tensión se sentía en el aire. Los ojos de la chica ucraniana habían destellado con algo parecido a la excitación sexual -aunque la pelinegra no entendía por qué- y por apenas unos segundos, la mirada miel se posó en sus pechos. Luego Dixie se había marchado con el corazón latiendo a un ritmo frenético y un nudo de ansiedad en el estómago.

De ninguna maldita manera iba a pasarle un foto suya haciendo topless. Demonios, si ni siquiera habían intercambiado números de teléfono todavía.

Aquel era el vivo ejemplo de una decisión precipitada y estúpida.

Por muy tentadora que fuera la idea de tener una foto de Addison sin sujetador en su teléfono, Dixie no quería que todo aquello fuera así, por una apuesta de dos chicas idiotas que no podían hablar como la gente normal hacía y en cambio iban por la vida haciendo estupideces a diestra y siniestra para llamar la atención de la otra. Honestamente, ¿qué estaba mal con ellas?

—¿En qué demonios me metí? —Se cuestionó a sí misma en un tono lleno de lamento—. No quiero ganarle y que me muestre su torso por una estúpida apuesta, pero tampoco quiero que me gane y mostrarle mi torso por una estúpida apuesta. ¿Qué debería hacer, hermosa? —Cuestionó en dirección a Cali mientras le acariciaba un costado del hocico. La pastor belga bostezó y volvió a cerrar los ojos—. Tan linda, ¿qué haría sin ti?

Dixie se rió entre dientes por sus ocurrencias, sin embargo, se irguió rápidamente en su lugar cuando alguien llamó a la puerta de su habitación y luego ingresó apenas un poco. La pelinegra armó la expresión más neutral que pudo y dirigió su mirada hacia la entrada. Su madre tenía el entrecejo fruncido.

—La chica rubia y gay del instituto te busca.

Dixie hizo una mueca ante la información dada por Heidi, las posibilidades eran infinitas. ¿Addison? ¿Sara? ¿Ava? ¿Gayle? ¿Dinah? El desconcierto debió haberse reflejado en su rostro, porque su madre dejó salir una exhalación pesada y luego añadió:

—Addison Rae está abajo buscándote. No quiso entrar y dijo que prefiere esperar del otro lado de la reja —informó con voz aburrida—. De verdad, Jane, deja de meterte con esa chica.

—¡No somos novias! —Aclaró rápidamente la pelinegra. Heidi rodó los ojos—. Te lo digo de verdad, mamá.

—Lo que sea que te haga sentir mejor, Dixie —zanjó antes de marcharse a algún otro lugar.

La pelinegra resopló pero dejó su cama con movimientos suaves para no despertar a Cali, se colocó los zapatos, se soltó el cabello y caminó hacia la primera planta en dirección a la reja de entrada para encontrarse con Addison. Su padre estaba de pie frente un ventanal que daba al patio principal, con los brazos cruzados a la altura del pecho y viendo de forma minuciosa a la rubia que hablaba consigo misma mientras gesticulaba.

—Te prometo que no es tan rara como parece —Dixie defendió a su crush con la mayor convicción. Marc volteó a verla y alzó una ceja—. De acuerdo, bien, tal vez lo es, pero me gusta y me gustaría conversar a solas con ella. Ya sabes, sin la supervisión de un padre que posiblemente solo busca avergonzarme.

—Nada de besos con tu noviecita frente a nuestra casa, Jane —advirtió el hombre en tono serio.

—¡No es mi novia! —La pelinegra se cruzó de brazos y alzó la barbilla—. Pero no prometo nada sobre la restricción de besos —mumuró antes de salir al patio.

Addison se veía nerviosa esperando del otro lado de la reja. Balbuceaba en voz baja, se frotaba la parte trasera del cuello y miraba al cielo como pidiendo ayuda. Por eso, cuando Dixie estuvo a unos pasos de distancia, se aclaró la garganta para llamar su atención y evitar asustarla.

La rubia se giró hacia ella y tragó saliva de forma visible, pero se quedó tan inmóvil y pálida que la pelinegra en serio se preocupó.

—¿Addison? ¿Qué sucede?

—Lamento la apuesta y lamento que te sintieras obligada o presionada y lamento que todo...

Dixie se acercó por completo hasta que lo único entre ambas fue la reja y tomó a Addison por el cuello para unir sus bocas de forma firme. Entonces -para aclarar su punto y dejar en claro que no le importaba mucho todo lo de la apuesta- mientras sus labios jugueteaban con los de la otra de forma superficial, llevó una de sus manos al costado del torso de la rubia -a la altura de su pecho- de forma intencional.

Addison jadeó y se alejó del beso con expresión de pasmo y mejillas sonrojadas, se veía entre feliz y avergonzada, pero no mostraba signos de querer abofetear a la pelinegra.

—Por mí, definitivamente podemos seguir adelante con la apuesta —Dixie esbozó una sonrisa tranquila y se lamió los labios antes de añadir—: Si tú también estás de acuerdo.

Los ojos de la rubia se desviaron al escote de Dixie y frunció el entrecejo con determinación antes de alzar la mirada y asentir una sola vez.

—Tenemos un trato.

De camino al interior de su casa una vez que la chica ucraniana se marchó, la pelinegra se maldijo entre dientes y espetó:

—Malditas hormonas.

"𝚂𝚝𝚘𝚕𝚎𝚗 𝚔𝚒𝚜𝚜𝚎𝚜"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora