Extra #1 - Los primeros días

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Contexto: esto ocurre justo después del final del último capítulo de la novela (el 46), cuando Max se presenta en casa de Julia el día de su cumpleaños.

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Max cerró la puerta y me lancé a besarlo otra vez. Mis manos acariciaban su cara, y las suyas recorrían mi silueta, como si intentara recordar cómo se sentía el tacto de mi piel. Las lenguas no tardaron en sumarse al beso y caminé hacia atrás, atrayendo a Max hacia mi cama. Cuando ya estábamos casi encima, Max se separó.

—Espera, ¿no quieres saber más...? —empezó, pero volví a besarlo.

—No —respondí—. Ya tendremos tiempo para eso.

Él soltó una carcajada y rodeó mi cintura con sus brazos para dejar un beso en mi frente.

—Estás loca —dijo, y esta vez la que rió fui yo—, y te he echado tanto de menos...

Me besó, y mientras lo hacía empezó a tumbarme en la cama con suavidad. Sus dedos se enredaron en mi cabello y gemí en su boca, notando cómo su cuerpo se ponía sobre el mío. Lo notaba duro bajo sus pantalones, y cuando se los empecé a desabrochar, con necesidad, volvió a separarse. Solté un quejido.

—¿Tienes condones? —preguntó, y me quedé blanca.

—Eh... No —contesté—. ¿Tú no has traído ninguno?

Se rascó la nuca.

—No —murmuró—. Es que tampoco sabía que terminaríamos así, porque ha pasado mucho tiempo y no estaba seguro de si... Ya sabes, si seguías queriendo estar conmigo.

No me lo podía creer. Siempre nos pasaba lo mismo.

—Max, creo que me pondrás hasta el día en que me muera —respondí con convicción, y se sonrojó.

Cada vez que se sonrojaba —que no era muy a menudo— quería morderle las mejillas, pero en ese momento había un asunto mucho más importante que atender.

—Podemos hacer otras cosas —dijo, acariciando con su dedo índice un trozo de mi piel, en mi clavícula—. Quiero hacer tantas cosas contigo que no sé ni por dónde empezar.

Me incorporé un poco, sin dejar de mirarlo, y me quité el vestido poco a poco, dejando que disfrutara cada centímetro que quedaba expuesto. Estaba increíblemente nerviosa, pero no quería que se me notara. Las ganas de estar con él lo superaban todo.

El vestido cayó al suelo y Max se me quedó mirando unos segundos, bebiendo de mi expresión. No podía verme a mí misma, pero estaba segura de que tenía las mejillas sonrojadas y que mi mirada decía todo lo que quería hacerle...

Y entonces sonó el maldito teléfono.

No era el mío, sino el de Max, en el bolsillo trasero de su pantalón. Gruñó, molesto, y sacó el aparato. Al ver el nombre en la pantalla, chasqueó la lengua.

—Esta mujer no tiene sentido de la oportunidad —dijo—. Es Raquel.

Con un par de presiones en el botón del teléfono rechazó la llamada, pero la muy pesada —que yo la quería mucho, pero en ese momento no me iba muy bien que fuera tan insistente— volvió a intentarlo. Max soltó otro gruñido y, esta vez, respondió.

—¿Qué quieres? —le preguntó, aunque no de una forma agresiva. Se quedó callado, escuchando lo que Raquel decía, y suspiró—. Sí, estoy con ella. Sí, se lo diré.

Terminó la llamada y dejó caer su móvil sobre mi cama.

—Dice que nos están esperando en el bar —me explicó—. Pero me da a mí que tendrán que esperar un buen rato más.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora