Veinte

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La primera noche después de mi último examen final dormí durante doce horas. Un sueño ininterrumpido, largo y que me era necesario. Desperté a las diez de la mañana y me quedé un buen rato en la cama, saboreando la sensación de estar, por fin, de vacaciones.

Inevitablemente, el tema que había conseguido apartar de mis pensamientos para poder concentrarme en los exámenes volvió a instalarse en mi mente: Max estaba en Barcelona, y ya hacía una semana.

La verdad es que no sabía ni por qué estaba comiéndome tanto la cabeza, al fin y al cabo hacía casi un año de lo nuestro; probablemente habían pasado muchísimas cosas en su vida, puede que incluso tuviera pareja. Puede, también, que se hubiera olvidado de mí. Diez meses son mucho tiempo, y aunque hubiera preguntado por mí a sus amigos tiempo atrás, seguramente no tenía las mismas dificultades para superar a la gente que tenía yo.

Suspiré, aún echada en la cama, y decidí levantarme porque quedarme ahí tendida pensando no iba a aportarme nada bueno. Me puse los primeros pantalones de chándal que encontré, y salí de mi habitación vistiendo eso y la camiseta larga que usaba para dormir.

Me preparé una infusión junto con un desayuno elaborado porque, por una vez, tenía tiempo, y me senté a tomármelo mientras miraba los mensajes en mi móvil. De la gente de mi universidad nadie había dicho nada, y asumí que estarían aprovechando que podían dormir más horas, como yo. Estaba contestando a un mensaje de Sandra cuando recibí uno de Fede.

Fede: ¿Nos vemos?

Lo contemplé unos segundos. ¿Me apetecía pasar un buen rato, con buena conversación y buen sexo? Sí. Mi padre estaba trabajando, y Claudia estaba en clase. Por otro lado, por algún motivo sentía que, ese día, no estaba para eso. Aun así, tardé poco en darme cuenta de que mi cerebro traicionero estaba conectando esas pocas ganas al hecho de que Max estuviera a pocos kilómetros de mí, así que intenté bloquear esa idea.

Julia: Claro :)

Dos horas más tarde estaba de nuevo echada en mi cama, pero esta vez desnuda y con Fede a mi lado. Ambos estábamos sudados, y yo tenía una sonrisa de satisfacción en la cara. Fede rió cuando me miró.

—Alguien necesitaba un polvo.

—¿Después de todos estos exámenes? Creo que los dos lo necesitábamos —contesté.

La verdad es que, para aliviar estrés, me había ido genial. Además, siempre estaba bien pasar tiempo con Fede. Podríamos decir que seguíamos en esa fase típica de conocernos, pero no le veía defectos por ningún lado. Era amable, simpático, con un sentido del humor muy particular pero que solo le daba más encanto, y además era bueno en la cama. Mi mente masoquista se sintió tentada a compararlo con Max, que seguía siendo el que más placer me había dado en la cama —se había preocupado de que llegara al orgasmo todas y cada una de las veces que lo habíamos hecho; con eso lo digo todo—, pero le di una patada a ese pensamiento porque me habría hecho sentir fatal.

Él soltó una carcajada y se giró para dejar un beso en mi hombro. Volví a sonreír y él se levantó de la cama.

—¿Quieres salir a comer? —propuso, poniéndose los calzoncillos.

Miré la hora en mi móvil: la una.

—Les había dicho a mis abuelos que comería con ellos —contesté, y Fede asintió con la cabeza.

—Otro día, entonces —dijo—. ¿Qué planes tienes para el verano?

Me paré a pensar unos segundos. Realmente tampoco había hecho muchos planes, pero algo había.

—Seguramente vaya a la Costa Brava con Sandra, Andrea y quien se una —contesté—. ¿Quieres venir?

—¿Cuándo? —preguntó, interesado.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora