Siempre había pensado que eso de despertar con el canto de los pájaros y un rayo de sol entrando por mi ventana era una idea surrealista y cliché a más no poder. Lo único que se le había parecido hasta ese jueves de julio habían sido los insoportables gritos de las cotorras de la vecina del cuarto, hasta que se mudó y por fin nos dejó dormir tranquilos.
Pero, el hecho es, que esa mañana me levanté así. Los pájaros cantando a pocos metros de mi ventana, un rayo de luz calentando mi espalda y una habitación muy blanca recibiéndome al abrir los ojos. Igual que la mañana anterior, empecé mi tercer día en Auckland con mucha energía.
Los dos días que llevaba en Auckland se habían resumido en exploraciones de la ciudad en solitario y cenas bastante entretenidas con la pareja y Max. Este último apenas había tenido tiempo libre, pero me había invitado a una fiesta que organizaba la gente con la que llevaba a cabo el proyecto de arquitectura el viernes por la noche.
El miércoles por la mañana había ido a visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad, cosa que me había llevado relativamente poco tiempo. Había visitado museos, la emblemática Sky Tower, y algunos parques.
El plan de ese jueves era ir a ver una reserva natural que quedaba no muy lejos de la ciudad, famosa por sus cascadas.
Salí de mi habitación en la camiseta de tirantes que usaba para dormir —que venía a ser la que había usado el día anterior— y bragas, algo adormilada, pero sabiendo que no había nadie en casa. Todos estaban trabajando, y normalmente hasta la tarde la casa estaba a solas. Hayes me dijo que a veces venía a comer, cuando tenía tiempo, y a veces Ellie también lo hacía, pero normalmente comían cerca de sus trabajos, igual que Max.
El caso es que, esa mañana, iba tan adormilada que ni siquiera percibí el sonido de la ducha encendida —que tampoco era tan fuerte, pero de haber estado más avispada lo habría notado—, y cuando abrí la puerta del baño me encontré a Max desnudo. De espaldas, pero desnudo. Y no pude evitar quedarme mirando su culo durante una fracción de segundo antes de soltar un pequeño grito que pretendía ser un "lo siento" justo cuando él giraba la cabeza hacia mí, y salir del baño a la velocidad de la luz.
Cerré la puerta delante de mi propia cara y respiré hondo, avergonzada. Acababa de ver el culo de Max, que tenía algunas pecas al igual que su cara y que estaba mucho más definido de lo que había imaginado —porque sí, lo había imaginado antes—, y él me había visto en bragas. Todo bien.
—¡Perdón! —exclamé, notando el calor en mis mejillas, y no pude reprimir una sonrisa cuando escuché a Max echarse a reír.
Cuando él salió del baño, yo ya llevaba unos pantalones, un sujetador y una camiseta limpia, y estaba preparándome el desayuno. Atravesó el arco del salón secándose el pelo rizado con una toalla y, cuando me vio, una sonrisa divertida se instaló en su cara. Levanté una ceja, mirándolo, y no pude reprimir una carcajada.
—¿Quieres desayunar? —le pregunté, señalando las tostadas que me estaba preparando, y él asintió con la cabeza.
Así que preparé desayuno para los dos y, aunque me hacía ilusión comerlo en la terraza, al salir ya vi que hacía más frío de lo normal y tuvimos que volver a entrar. Nos sentamos a comer en silencio, pero mirándonos de vez en cuando. Había una especie de tensión extraña en la mesa, no negativa, sino más como que en algún momento uno de los dos iba a estallar en carcajadas.
—¿No entrabas a trabajar a las ocho? —le pregunté, intentando romper esa tensión.
—En realidad, como el director no está puedo entrar y salir cuando quiera, mientras haga mis horas —contestó, untando sus tostadas con algo llamado "Marmite".
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Los días en Auckland
Romance¡YA DISPONIBLE EN PAPEL EN AMAZON! A Julia le rompieron el corazón. Doblemente, y a la misma vez. Dos de las personas más importantes de su vida la traicionaron, aunque no se puede decir que fuera algo tan inesperado. Tampoco se puede decir que su c...