El tiempo hasta fin de año pasó tan rápido que, cuando quise darme cuenta, ya llevaba casi tres meses en la Universidad, cursando Enfermería; tenía amigos nuevos, y estaba vistiéndome para salir.
—Creo que me pondré esto —dijo Sandra, enseñándome un vestido corto mientras yo intentaba pintarme la raya superior del ojo sin hacerme una desgracia.
—Sandra, el verano acabó hace meses —le recordé, porque en esas fechas hacía un frío espantoso.
Ella soltó un gruñido y se sentó en mi cama.
—¿Puedo robarte algo? —me preguntó.
Me giré hacia ella.
—Pensaba que para eso habías venido a cambiarte en mi casa.
Sandra rió, y se levantó de la cama para abrir mi armario y examinarlo.
—Entonces... ¿Qué tal con ese Fede? —me preguntó, y levanté una ceja.
—¿Con Fede? —contesté—. Somos amigos. Puede que ni siquiera eso, no lo conozco tanto.
—Elisa dice que cuando estáis juntos hay una tensión sexual insoportable —comentó, y solté una carcajada.
Había conocido a Fede y Elisa en la universidad. A Elisa, en clase, y a Fede en la fiesta de otoño del campus. Él estudiaba Ciencias Políticas. Era un chico argentino —de hecho, solo había nacido en Argentina; por lo que me había dicho, se había criado en España— que me sacaba solo un año y con el que me llevaba bien, pero no había nada más, al menos por el momento.
—No creo —dije mientras cogía un peine para arreglarme un poco el pelo—. Además, ya te lo dije: necesito estar sola.
—¿Para siempre? —inquirió.
—Solo hace cuatro meses que no estoy con nadie —expliqué—. Cuando esté lista y se dé el caso, ya ocurrirá.
Lo decía de verdad: necesitaba tiempo para mí misma. Precipitarme a otra relación tras el desastre con Daniel y sin haber superado a Max habría sido un completo suicidio. Porque no, no había superado a Max. Era como si todos mis sentimientos por él, que llevaban latentes desde que lo conocí, se hubieran disparado y alimentado aún más desde que ya no lo veía. Tampoco llegaba hasta el punto de hacérseme insoportable, pero cuatro meses y ningún mensaje dolían.
Media hora más tarde, a la una de la mañana, estábamos entrando en la discoteca. Estaba llenísimo de gente, algo no tan raro porque era año nuevo. De hecho, teníamos suerte de poder movernos, porque en otros sitios habría sido mucho peor.
Estábamos con Fede, Elisa y otra compañera llamada María. Se suponía que iba a venir más gente de la universidad, y Andrea nos había dicho que ya aparecería si se veía con ganas —lo que solía significar que no iba a venir—.
—No me digas que no te pone ni un poquito —insistió Sandra cuando ya llevábamos cada una una copa encima, refiriéndose a Fede, con quien había estado bailando un buen rato.
En ese momento él estaba pidiéndose una bebida, y suspiré.
—Pues claro que me pone —contesté—. Pero no es tan fácil. De verdad que no quiero saltar a otra relación, aunque solo sea sexual, tan precipitadamente.
—Es el acento argentino, eso le pone a cualquiera —prosiguió Sandra, sin hacer caso a lo último que le había dicho.
—Pero si no tiene acento argentino. —Reí— Se ha criado aquí, tiene acento de Barcelona.
—Puedes pedirle que te hable con acento argentino mientras lo hacéis, eso sí que suena sexy —dijo con una sonrisa pícara, y reí antes de darle un empujón.
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Los días en Auckland
Romance¡YA DISPONIBLE EN PAPEL EN AMAZON! A Julia le rompieron el corazón. Doblemente, y a la misma vez. Dos de las personas más importantes de su vida la traicionaron, aunque no se puede decir que fuera algo tan inesperado. Tampoco se puede decir que su c...