Aclaraciones iniciales (para que nadie se pierda):
*Nueva Zelanda está dividida en dos islas: la Norte (donde está Auckland) y la Sur.
*Bachillerato son dos cursos del instituto que se hacen en España y sirven para prepararse para la Selectividad, el examen de acceso a la Universidad. Se hacen entre los dieciséis y los dieciocho años (no es obligatorio).
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—¿Lo tienes todo listo? —me preguntó Max, y yo asentí con la cabeza justo antes de recordar que, de hecho, no lo tenía todo listo.
—Ay, no —me corregí—. Me dejo el jabón.
—Yo creo que como mucho os ducharéis en una cascada —comentó Hayes, sentado en el porche mirando cómo cargábamos su furgoneta—. Que Max es muy hippie, aunque intente ocultarlo.
Sonreí, sin contestar a su comentario, y volví a entrar en casa mientras ellos dos se enzarzaban en una discusión de las suyas. Entré en mi habitación y rebusqué entre mi maleta hasta encontrar la bolsa en la que guardaba el jabón y los champús. No había querido llevarme la maleta entera porque ocuparía demasiado espacio en la furgoneta, así que había cogido la mochila que llevé como equipaje de mano en el avión.
Al volver a salir, metí la bolsa con los jabones dentro de la mochila, que ya estaba en la parte trasera de la furgoneta. Un colchón doble. Ahí era donde íbamos a dormir, Max y yo.
No habíamos hablado del beso del sábado ni había pasado nada más desde entonces, pero las cosas no se habían puesto incómodas entre nosotros. Aún así, estaba bastante claro que, en ese viaje a la Isla del Sur que empezábamos ese mismo día, lunes, iba a pasar algo. Y sabía que estaba preparada, pero eso no me quitaba los nervios o la vergüenza.
Miré a Max, que seguía discutiendo con Hayes —ni siquiera recuerdo cuál era el motivo de su discusión, pero seguro que era una estupidez—, y carraspeé, atrayendo la atención de los dos chicos.
—¿Nos vamos? —pregunté.
—Vámonos. —Sonrió.
—Joder, te tiene bien dominado —le dijo Hayes, y luego se dirigió a mí—. Contrólalo bien, que está muy loco.
—Tú cállate y preocúpate por ti mismo, que con eso ya tienes suficiente —le contestó Max.
Me reí y cerré las puertas traseras de la furgoneta. Max se fue directamente al asiento del conductor y yo me despedí de Hayes con la mano antes de entrar en el del lado.
—¿Todo listo? —me volvió a preguntar Max—. ¿No te dejas ningún jabón, ni champú, ni nada?
Reí y asentí con la cabeza.
—Ya podemos irnos.
Las primeras horas del trayecto pasaron con tranquilidad. La furgoneta de Hayes era algo vieja y no tenía para conectar el móvil, así que probamos a escuchar los CDs que tenía en la guantera, pero al cabo de unas horas ya estábamos hartos y optamos por poner la radio.
El plan de ese día era parar en cualquier lugar a dormir lo más cerca de donde salía el ferry que nos llevaría a la isla Sur posible, ya que lo cogíamos al día siguiente por la mañana. Conducir hasta allí en un solo día habría sido demasiado, ya que eran más de siete horas de viaje, y dado que solo había un conductor —me sentía algo inútil, pero no había tenido tiempo de sacarme el carné de conducir— era mejor hacerlo en dos días.
—Me sabe mal que tengas que conducir tú —confesé tres horas después de haber empezado el viaje—. Vas a acabar muerto.
—No tenemos otra opción, ¿no? —Se encogió de hombros, hablando con tono tranquilo.— Además, llevo más de medio año en este país y todavía no he visitado la isla Sur, era algo que tenía que hacer sí o sí, así que no me importa.
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Los días en Auckland
Romance¡YA DISPONIBLE EN PAPEL EN AMAZON! A Julia le rompieron el corazón. Doblemente, y a la misma vez. Dos de las personas más importantes de su vida la traicionaron, aunque no se puede decir que fuera algo tan inesperado. Tampoco se puede decir que su c...