Veintitrés

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Era un miércoles por la tarde. Podría haber estado fuera, aprovechando el verano, tomando algo con mis amigas, preparándome para salir, o haciendo planes de interior como mirar una buena peli en Netflix, aunque cada vez eran más difíciles de encontrar y empezaba a estar harta de las películas de romance adolescente mal actuadas y cuya trama apenas tenía sentido.

La cuestión es que, en vez de estar haciendo algo productivo, estaba leyendo artículos cutres de las profundidades de Internet, con mis amigas al teléfono.

Se suponía que nos habíamos llamado para planear el viaje a la Costa Brava ese fin de semana, que empalmaríamos con el lunes siguiente porque era San Juan, pero Andrea se había pasado la última media hora hablando de lo maravilloso que era Aitor y describiéndonos su pene y sus habilidades sexuales de una forma un poco demasiado explícita. Que el chaval me caía bien, pero ahora cada vez que lo viera me lo iba a imaginar meneando la mandinga con cara de seductor —aunque se ve que a Andrea eso le ponía mucho... En fin, cada una con sus gustos y sus cosas raras—.

Tiene un miembro muy grande, y sabe usarlo bien —concluyó su extenso relato porno con ese pequeño y recatado resumen.

En realidad, con el resumen habría bastado, pero no iba yo a contradecirla, que se pondría triste.

¿Acabas de decir "miembro"? —preguntó Sandra, incrédula—. Se le llama polla de toda la vida, hija.

Oye, eres muy basta tú, eh —protestó Andrea.

—Pero si nos acabas de contar mil cosas de su polla y sus habilidades sexuales —le recordé, riendo—. Eso sí, con un lenguaje impecable. Tendrías que escribir erótica.

Ay, no, qué vergüenza —dijo con una risita tímida.

Claro, ahora —dijo Sandra, y me eché a reír mientras leía los consejos de mierda que daban en el artículo que estaba leyendo—. Y a ti, Julieta, ¿cómo te va con tu Romeo?

—No me seas Adri —le pedí al escuchar el apodo.

Me faltan como tres metros de altura para ser Adri. Ah, y la barba. Y la polla. —Rió—. ¿Sigues rayada por el beso?

Qué pesadas con decir "polla" —murmuró Andrea, y Sandra soltó una carcajada.

—Solo te diré que estoy leyendo un artículo de estos cutrísimos dignos de la SuperPop* que se llama "Diez pasos para olvidar a tu amor" —comenté, contestando a la pregunta de Sandra.

Oh, y ¿qué tal? —preguntó.

—Son una mierda —me quejé—. Mira este paso: apunta cinco cosas malas de esa persona. ¡Pero si no tengo nada malo que decir! Y este: haz una lista de personas que te resulten atractivas. Madre mía, vaya porquería de consejo.

Eso de hacer listas suena divertido —dijo ella—. ¿A quién pondríais vosotras?

¿Tiene que ser gente famosa o de verdad? —preguntó Andrea.

Ni que los famosos fueran de mentira —se burló Sandra y, aunque no la estaba viendo, estoy segura de que Andrea rodó los ojos—. No sé, ambas. Y Andrea, no puedes decir a Aitor.

¿Cómo que no? Pero si es mi novio —se quejó ella.

—Te puede poner más gente a parte de él —le recordé.

Pero me siento mal enumerándolos —dijo.

Ay, Jesús —murmuró Sandra, que era la persona menos religiosa que conocía pero le encantaba usar expresiones de ese tipo—. Haré como si no hubiera escuchado nada. Yo creo que voto a Halsey y Tom Holland. Y, de conocidos... Uy, eso es más complicado.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora