Estaba lloviendo. Había empezado por pequeñas y escasas gotas, pero ya estaba lloviendo con fuerza. Observaba a las personas correr, buscando refugiarse del agua o intentando llegar antes a su destino y así mojarse menos. La verdad es que, por muy violento que estuviera siendo fuera, verlo desde dentro era incluso relajante.
—Calisto tenía cuatro criados: Pármeno, Sempronio, Tristán y Sosia. Él configura la imagen del perfecto amante cortés. El amor cortés...
Un siseo corto y contundente interrumpió a Andrea recitando sus apuntes de La Celestina. Ella miró a la persona que la había mandado callar y, sonrojándose un poco por el hecho de que le hubieran pedido silencio delante de todas las personas que había en la biblioteca, volvió a sumergirse en sus apuntes para seguir estudiando, esta vez sin recitar en voz alta. Sus mejillas seguían rojas cuando se puso a leer.
Sonreí al verla tan avergonzada. Andrea tenía la manía de pensar en voz alta, y no solía darse cuenta de que lo hacía. La conocía desde hacía años, así que ya estaba acostumbrada a ello, pero a veces me hacía gracia cuando lo pensaba. Escuché a Marta reírse por lo bajo a mi lado, y mi sonrisa se expandió.
Eran las tres y media de la tarde de un jueves. En cuatro días teníamos los tres primeros exámenes de selectividad y se respiraban nervios en la biblioteca. Estaba llenísima; habíamos tenido que llegar antes de las diez de la mañana, hora de apertura, para poder coger sitio, porque si no era imposible.
Intenté volver a concentrarme en el libro de Química. Era la asignatura que más me estaba costando, las demás ya las tenía prácticamente dominadas. Teniendo unos horarios tan complicados como los míos —que no me quejaba, porque ya me gustaba— había empezado a estudiar hacía ya tiempo, así que lo llevaba todo mejor que mis amigas y me tenían ahí para que les solucionara las dudas.
La media hora que faltaba hasta las cuatro pasó más rápido de lo que esperaba, y empecé a recoger mis cosas para irme a trabajar. Sandra quería ir a fumarse un cigarro fuera de la biblioteca, así que terminaron uniéndose todas y nos quedamos hablando un rato en la puerta. Hacía poco que había dejado de llover y el aire estaba impregnado de ese olor a tierra húmeda que tanto me gustaba, y eso que apenas había tierra donde nos encontrábamos, solo en los alcorques de los árboles de la calle, que se salvaron del cemento.
—No entiendo cómo puedes vivir con estos horarios —me dijo Marta—. Y menos ahora que tenemos la sele.
—Estoy acostumbrada, supongo. —Me encogí de hombros.
Saqué el móvil de mi bolsillo y lo miré, para ver que solo tenía notificaciones de mensajes en el chat de grupo de clase. Nadie más. Suspiré.
—¿Ya tenéis fecha para iros? —me preguntó Andrea.
—No —contesté—. Dani pasa de todo. Se me están quitando las ganas de ir.
Puede que, en parte, fuera el estrés el que me estaba llevando a decir eso, pero que mi novio llevara semanas sin hacerme ni caso y no estuviera ayudándome en absoluto a organizar el viaje que queríamos hacer a Estados Unidos el mes siguiente y para el que llevaba meses ahorrando, era el factor decisivo en el hecho de que ya apenas me apeteciera ir.
—Vaya tío —dijo Sandra—. Yo en tu lugar iba a verlo y le dejaba las cosas claras.
—¿Qué cosas? —pregunté.
—"Daniel, o te implicas en esto o no vamos" —propuso en un intento de imitar mi voz que me hizo reír.
—No es ese el único problema —admití—. Lleva semanas muy raro. Apenas me habla y se enfada por nada.
—Más motivos para ir a hablar con él —me dijo Sandra.
—Está molesto, creo —contesté—, porque le dije que no podríamos vernos hasta que termine los exámenes. No tengo tiempo.
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Los días en Auckland
Romance¡YA DISPONIBLE EN PAPEL EN AMAZON! A Julia le rompieron el corazón. Doblemente, y a la misma vez. Dos de las personas más importantes de su vida la traicionaron, aunque no se puede decir que fuera algo tan inesperado. Tampoco se puede decir que su c...