Cinco

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Puede que hubiera perdido el juicio completamente.

De hecho, era lo más probable.

Nunca había sido de hacer cosas en caliente, sin pensar en las consecuencias. De tomar decisiones a la ligera. Todo eso siempre me había parecido un mal rasgo, pero ahí me teníais: hacía dos semanas que había comprado un billete para un avión que salía en seis días, y estaba empezando a entrar en pánico.

Ah, también cabe decir que en dos días salían los resultados de la Selectividad, y por fin podría saber mi patética nota, lo que probablemente significaría que tendría que volver a presentarme en Septiembre.

Todo en mi cabeza iba a mil por hora, y más cuando tenía un chat abierto —y, por ahora, vacío— con el nombre de Max como destinatario.

Raquel me había dado su número pocos minutos atrás para que le dijera que iba a estar en Auckland, pero no me atrevía a mandar el primer mensaje.

¿Cómo se suponía que iba a empezar la conversación? "Hola, soy Julia, ¿te acuerdas de mí? Porque sé que apenas hemos hablado, pero estoy loca y me tomé tu invitación en serio, así que en seis días estaré en la otra punta del mundo contigo. Pero es casualidad, eh, no he elegido Auckland porque me pongas muchísimo, no pienses mal".

Julia Santacreu, dieciocho años y una tremenda incapacidad para hablarle a la gente que le parece atractiva sin ponerse nerviosa.

Dejé de comerme la cabeza cuando, de repente, Max pasó de estar en línea a estar "escribiendo".

Tenía que estar alucinando. No podía creer que los nervios me afectaran hasta el punto de imaginar cosas.

Pero entonces llegó el mensaje.

Max: hey, julia!

Me fijé en que tenía las mayúsculas automáticas desactivadas en el teléfono, lo que le daba una actitud aún más despreocupada. Pero apenas podía pensar en eso porque no entendía cómo podía haberme hablado él primero. La respuesta a mi pregunta no tardó en llegar, y fue cuando me salió una notificación de mensaje de Raquel en la parte superior de la pantalla en la que leía "No me mates, le he dado tu número porque sabía que nunca le hablarías tú primero".

La iba a matar.

Aunque puede que, en realidad, me hubiera hecho un favor.

Max: raquel me ha dicho que te vienes a auckland, al final resultará que sí eres rica y puedes venir.

Me reí, olvidando por un segundo los nervios. Por un segundo.

Estuve un rato pensando en qué contestarle, centrándome principalmente en no parecer ni muy loca ni muy tímida, así que decidí corresponder a su sentido del humor.

Julia: Lo tenía escondido, pero me has descubierto: soy rica.

Max: ya decía yo... cuándo vienes?

Julia: En menos de una semana estoy ahí.

Max: pues estás de suerte, porque uno de mis compañeros de casa se fue el sábado, y tengo una habitación libre.

Vale, sabía que iba a ver a Max pero, ¿quedarme en su casa? Eso desató tantas escenas imaginarias —casi todas con contenido adulto— que tuve que frenarme.

Yo había alquilado una habitación en casa de una pareja que parecía maja para quedarme allí, pero la oferta de Max era tentadora. Tampoco quería que se pensara que me aprovechaba de él, por eso.

Julia: No hace falta, ya he reservado una habitación.

Max: pero no seas tonta, mujer, que te puedes quedar gratis.

Y, como no era tonta ni quería insistir en no quedarme en su casa porque terminaría descubriendo el efecto que él tenía en mí, decidí acceder.

Julia: Bueno, si insistes, me quedo.

Max: genial! pues te la dejaré preparada. qué día llegas?

Le informé de que llegaba a Auckland el 1 de julio —salía el 30 de junio pero tenía que hacer una escala larguísima en Hong Kong— y que me quedaría tres semanas. Tras volver a asegurarme que lo tendría todo listo y que incluso me pasaría a buscar por el aeropuerto, la conversación terminó. Habría querido hablarle más, pero tampoco quería forzar las cosas.

Me eché en la cama y suspiré. Realmente estaba pasando: me iba a Auckland, y me quedaba en casa de Max.

***

—Bien, ahora vas a contarme qué es lo que está pasando con Marta y por qué os habéis dejado de hablar casualmente cuando lo has dejado con el imbécil —me dijo Sandra por la tarde, sentada conmigo en la terraza de un bar, con su característico cigarro en la boca.

Siempre que le recordaba que fumar podía matar, ella me contestaba con un "a ver si es verdad". La máxima expresión de la generación millennial, ella: cero ganas de vivir, aunque bastante fingidas, y sin tener ni idea de qué hacer con su vida en el futuro. Si a eso le sumábamos la casi terrorífica capacidad de leer la mente de la gente y de saber quién era buena persona y quién no —algo que yo había aceptado al romper con Dani, porque ella me había advertido de que el hombre era un imbécil desde el primer día—, ahí teníamos a Sandra Tomás.

Suspiré y di un trago al vaso de zumo de piña que me había pedido, haciendo un contraste gracioso con la cerveza de Sandra.

—Es complicado de explicar —empecé, sin estar segura de cómo seguir.

—Se han liado, ¿no? —preguntó.

Lo que os decía: Sandra leía mentes. Eso, o sabía lo de Marta y Dani desde hacía tiempo... Pero no, Sandra nunca les habría guardado el secreto a mis espaldas. Aunque la verdad era que ya no sabía ni de quién me podía fiar.

—¿Cómo lo sabes? —inquirí.

—He conectado los hechos y me ha salido esta conclusión. —Se encogió de hombros.— Veo que he acertado.

—Tú siempre aciertas —dije, y ella sonrió.

—Pues vaya putada la que te han hecho —me dijo—. No me lo esperaba de Marta. De Daniel sí, y de sobra.

—Ya... —Suspiré.

—Pero mira, que les den —dijo, dando un golpe con la mano en la mesa, con contundencia—. Ahora tú te vas a Nueva Zelanda con ese bombón y ni te acordarás de ellos.

—Se me ha ido la olla —admití.

—La vida está para hacer locuras, Juls —contestó—. Ya me contarás todos los detalles morbosos.

—No habrá detalles morbosos —intenté romper su burbuja de optimismo—. Max no se fijaría en mí ni en mil años.

—Y, ¿por qué no iba a hacerlo? —Levantó una ceja.— Eres muy guapa, divertida y genial en todos los aspectos.

Agradecí el cumplido por dentro, pero estaba exagerando.

—Sí, guapísima. —Rodé los ojos y solté una carcajada.— Podría incluso ser modelo.

—Si no fueras una vaga e hicieras algo de deporte, podrías —contestó.

Mi vida deportiva había terminado dos años atrás, cuando dejé de jugar a voley. No me daba tiempo con el trabajo y los estudios y, a decir verdad, terminé bastante harta.

—Como sea, Max no tiene esas intenciones —volví al tema principal.

—Lo que tú digas —contestó, expulsando el humo del cigarro por su boca y mirándome con diversión—. Sea como sea, te irá bien.

Eso esperaba.


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¡Aquí el quinto capítulo! Ya os aviso que el que viene se desarrollará en un país, continente y hemisferio diferente jajajaja la acción está a punto de empezar bbys

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora