Cuarenta y uno

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Cada golpe que daba la fuerte música contra los altavoces se reproducía en mi cabeza con muchísima más intensidad. No comprendía nada de lo que estaba ocurriendo, era como si todo diera vueltas a mi alrededor, y lo único que recuerdo con claridad es que me estaba muriendo de miedo.

Me abracé a mis piernas, sentada en la tapa del váter de la discoteca, y cerré los ojos. Cuando los volví a abrir, todo seguía dando vueltas. Los cerré de nuevo, y era como si mi cabeza diera vueltas sobre sí misma.

Estaba empezando a hacerse insoportable. La ansiedad en mi pecho me impedía respirar bien y, cuando empecé a llorar, temí ahogarme. Mi cuerpo reaccionó tosiendo, y el esfuerzo hizo que salieran aún más lágrimas de mis ojos.

Había una discusión en mi cabeza en la que yo tenía poco que ver, y era entre mi parte racional que me decía que las cosas no iban bien, mi parte más extrema que me decía que no podría soportar esto mucho más tiempo, y otra parte que no sé identificar, que me aseguraba que todo iría bien. Casi podía escucharlas discutir, y me entró mucho más miedo.

Menuda mierda de manera de empezar el año.

Alguien dio dos golpes contundentes a la puerta, y en mi cabeza sonaron tan fuerte que solté un casi imperceptible sonido de dolor.

—¡Julia! —escuché que gritaba una voz que asocié a la de Sofía—. ¿Estás bien?

—Sí —contesté, y me sorprendí a mí misma al hablar con tanta claridad—. Dame un minuto, ya salgo. 

Noté sus pasos alejarse de la puerta del cubículo, pero no salió del cuarto de baño. Se quedó esperando a que yo saliera, así que tuve que darme prisa en espabilarme. Me levanté, respiré hondo y parpadeé varias veces, para ver si así conseguía serenarme. Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y carraspeé.

Abrí la puerta del cubículo y salí, poniendo mi mejor cara de "aquí no ha pasado nada". Sofía me miraba con una ceja levantada, como si no terminara de creérselo.

—¿Un mal viaje? —preguntó, y me encogí de hombros.

—Ni bueno ni malo —mentí, porque no quería que se sintiera con la responsabilidad de lidiar conmigo el resto de la noche.

Ella asintió con la cabeza, mirándome con precaución, y salimos del cuarto de baño al mismo tiempo que tres chicas entraban, una de ellas con lágrimas en los ojos.

Madre mía, el alcohol, la capacidad que tiene para hacer que toda la mierda salga a la luz. Y si encima eres como yo y decides probar el MDMA por primera vez, ya ni te explico.

Había tomado muy poco, lo justo para probar, pero solo con esa pequeña porción ya decidí que no quería volver a probarlo nunca más. También cabe decir que había elegido una muy mala época para ponerme a experimentar, porque mezclar el malestar psicológico con drogas suele ser una idea nefasta.

Hacía solo cuatro días que lo que había entre Fede y yo había terminado, y me sentía tan culpable que apenas podía soportarlo. De nada había servido toda mi valentía para decirle a Fede que hasta ahí habíamos llegado, en ese momento me sentía una mierda. Por no haber podido olvidar a Max, por haber creído que podría tener una relación con otra persona, por haberle hecho daño a Fede... Por suerte, de vez en cuando salía mi parte racional a saludar y a decirme que no todo había sido culpa mía, pero era algo que no ocurría a menudo.

Ese Fin de Año, había decidido ir a la fiesta a la que Sofía Pina, mi amiga de la infancia, me había invitado. Estaban muchos de sus amigos, algunos de los cuales ya conocía. Creo que el salir de fiesta en general había sido una mala idea. No estaba para esas cosas, pero me negaba a admitirlo. Llevaba demasiado tiempo negando muchas cosas.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora