Seis

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Cerré los ojos y respiré hondo. Apreté la hoja rectangular de papel en mi mano con fuerza, quizá demasiada. La noté arrugarse bajo mi presión y aflojé, volviendo a la realidad por unos instantes.

La estética fría y estéril del aeropuerto me recibió en cuanto abrí los ojos de nuevo. Varias personas caminaban por delante de donde estaba sentada, arrastrando sus maletas, buscando su puerta de embarque. Otras compraban algo para comer o para entretenerse en las tiendas cercanas. Todos parecían demasiado ocupados en algo como para ponerse a pensar sobre lo que estaban haciendo, pero yo no podía parar de hacerlo.

Era una locura, probablemente la más grande que había hecho en mi vida, pero sentía que lo necesitaba. Necesitaba irme lejos, desconectar, respirar aire puro y diferente, conocer a nuevas personas y poder volver a ser yo lejos de todo lo que había estado pasando aquí, en Barcelona... Aunque puede que ese no fuera mi único motivo para irme tan lejos.

Saqué el móvil de mi bolsillo cuando vibró, y vi el mensaje de Max en la pantalla.

Max: avísame cuando salgas de hong kong. estaré a las diez en el aeropuerto, si hay retrasos o lo que sea dime algo.

Respiré hondo.

Allá vamos.


***



El avión aterrizó en Auckland a las diez menos cuarto de la mañana. Estaba cansada, me dolía la cabeza y tenía la espalda destrozada de intentar dormir en esa pesadilla de asientos, pero estaba más despierta que nunca por la expectación.

La escala en Hong Kong había sido aburrida y eterna. Pasar doce horas en un aeropuerto parece más fácil de lo que es. Ni llevándome el portátil y un libro en el equipaje de mano había conseguido que el tiempo pasara rápidamente. Y, además, estaba ansiosa.

La espera para recoger la maleta se me hizo eterna, y en cuanto salió a la cinta la cogí con rapidez, a pesar de lo mucho que pesaba, y me encaminé hacia la salida del aeropuerto algo estresada porque ya eran las diez y cuarto, y no quería que Max tuviera que esperar más.

De camino a la salida le mandé un mensaje a papá diciéndole que ya había llegado y me contestó de inmediato con un "ok". Típico de él. No era que mi padre no tuviera sentimientos o que le faltara capacidad para expresarlos, pero se pensaba que un "ok" era una respuesta que no quedaba nada cortante. Tampoco lo iba a culpar, no era de la generación de los mensajes de texto y no conocía las reglas de lenguaje implícitas que teníamos los jóvenes.

Entonces me llegó otro mensaje de Max.

Max: estoy en el parking! voy para allá

Le contesté que se quedara donde estaba, porque como se moviera aún nos íbamos a perder. Me dijo que venía en una furgoneta gris de la marca Volkswagen, y no me fue difícil distinguirla una vez estuve fuera.

Caminé hacia allí, arrastrando la pesada maleta como podía y gruñendo cada vez que se atascaba con algún bordillo. No hacía tanto frío como esperaba, y eso que era invierno, pero por lo que había leído, ahí el invierno era incluso más suave que en Barcelona. Seguí caminando hasta que distinguí a Max mirando el móvil distraídamente, apoyado en un lado de la furgoneta.

Respiré hondo y caminé hacia él con decisión. Él debió escuchar la maleta, porque me miró y sonrió.

Esa maldita media sonrisa.

—¡Julia! —me llamó, entusiasmado, y vino hacia mí.

Le di dos besos, impregnándome de su olor. No era que llevara ningún perfume super masculino y sexy, no llevaba nada, simplemente olía a Max, y eso ya era embriagador de por sí.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora