Mi cuerpo se movía distraídamente al ritmo de la canción que sonaba a través del altavoz. Ni siquiera recordaba su nombre, pero solía ponerme esa lista de reproducción en aleatorio, así que ya la había escuchado antes.Andrea y Sandra tenían que venir a las once, para lo que quedaban solo quince minutos . El plan inicial había sido ir a cenar por ahí, pero a Andrea le habían cambiado el turno de las prácticas a última hora, así que habíamos quedado en ir a cenar otro día. Esa noche, solo saldríamos por ahí, de fiesta. Miriam, Raquel, Adri, Elisa, Sofía y Albert —porque sí, eran pareja, y al parecer iban en serio, así que los habíamos invitado— vendrían más tarde. Solo había salido una vez desde Fin de Año, en marzo, y la verdad es que había ido genial, así que tenía ganas de salir esa noche.
Con mi padre, mi hermana y mis abuelos habíamos hecho una comida, y había estado muy bien. Como cada año, había echado de menos a mi madre, pero de alguna forma, al estar toda la familia junta, había sentido como si ella también estuviera ahí.
Me quité la toalla que había enrollado en mi cuerpo tras salir de la ducha, y me miré al espejo. Me miré desnuda al espejo durante un buen rato. Mi relación con mi cuerpo iba a épocas. En general estábamos bien, nos respetábamos, y yo era plenamente consciente de que no merecía la pena preocuparse en exceso por el físico, pero a veces solo veía defectos. En esa época, teníamos una relación rara. Normalmente estaba todo bien, pero a veces me sentía algo insegura. Miré el montón de ropa que tenía encima de la cama, ropa que había seleccionado como posible atuendo para esa noche, y me rasqué la nuca.
Fui al baño a secarme el pelo, intentando posponer el tedioso momento de tener que empezar a probarme ropa. No me daría tiempo a estar lista para cuando Sandra y Andrea vinieran, pero tampoco era mala idea, porque así podrían ayudarme a elegir.
Me sequé el pelo, me peiné, me puse algo de corrector para las ojeras, rímel, me hice la raya del ojo, e incluso decidí ponerme algo de colorete y highlighter. Una vez terminado, volvi a mi habitación para empezar a probarme ropa.
Pasaron quince, veinte minutos y esas dos no aparecían. No era raro que llegaran tarde, en absoluto, y de hecho habían avisado, pero llevaba cinco minutos con el mismo vestido puesto, mirándome al espejo e intentando decidir si me convencía o no.
Al final opté por quitármelo, y entonces sonó el timbre.
—¡Claudia! —llamé a mi hermana a gritos para que me oyera, porque estaba desnuda y no quería salir a abrir—. ¡Abre tú, por favor!
Ella soltó un gruñido, que pude escuchar desde mi habitación, y escuché cómo la puerta de la suya se abría, y salía dando fuertes pasos contra el suelo, como si quisiera que me diera cuenta de que no le gustaba nada mi petición, pero lo hacía por el día que era.
Me enfundé otro vestido, uno negro, corto —pero llevaba medias negras debajo—, de manga larga y con un escote de hombros caídos que la verdad es que no estaba nada mal. Di un par de vueltas sobre mí misma, mirando cómo me quedaba en todos los ángulos.
—Estás preciosa.
Me quedé paralizada en el sitio. Mis ojos se abrieron de par en par y me giré lentamente hacia la puerta, de donde venía la voz.
—Te voy a matar —murmuré antes de dar dos pasos apresurados hacia él para abrazarlo con mucha fuerza.
Sus brazos rodearon mi espalda y me apretaron contra él, dejándome sentir su tan característico olor.
—¿Estás segura? —bromeó Max, riendo en mi cuello, y tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no echarme a llorar ahí mismo.
El abrazo duró mucho, aunque a mí me pareció cortísimo. Cuando nos separamos, lo miré, y no pude resistir la tentación de llevar una de mis manos a su mejilla, y acariciarla con el pulgar.
—¿Qué haces aquí? —conseguí articular cada palabra sin deshacerme en lágrimas, aunque la emoción se me notaba en la voz.
—¿Dónde iba a estar en un día como hoy? —preguntó, como si fuera obvio—. Feliz cumpleaños, Julia.
Ahí sí que empecé a llorar como una magdalena. Max sonrió y volvió a abrazarme, cosa que me hizo llorar aún más. A la mierda el rímel, la raya, el highlighter y todo.
—Oh, estás loco —le dije entre sollozos—. Te quiero. Te quiero muchísimo. Estás loco.
—Eso ya me lo has dicho. —Rió, y no pude evitar reírme con él. Menudo cuadro deberíamos estar haciendo, sobre todo yo, llorando y riendo a la vez. Max llevó dos de sus dedos a mi mentón y me levantó la cara—. Yo también te quiero, Julia.
Seguí abrazada a él, hasta que un pensamiento me hizo fruncir el ceño, y me separé. Él me miró con confusión. Sí, había aprendido a ser más optimista, pero siempre quedaría algo de pesimismo. No podía ser tan bonito.
—¿Cuándo te vuelves a ir? —pregunté, y él se encogió de hombros.
—No lo sé —respondió, y noté mi corazón encogerse en mi pecho, pero entonces continuó—. En un año, en dos, en tres... Cuando tú quieras, en realidad, y si quieres. Podemos encontrar un sitio que nos guste a los dos y pasar un tiempo allí. Auckland no era lo mismo si no estabas. Las nubes de Magallanes no brillaban tanto sin ti. No es el único motivo por el que he vuelto, pero es uno de peso. No quería quedarme con el "qué habría pasado si...". Creo que nos merecemos intentarlo. Puede que no salga bien, pero...
—Cállate —dije.
Y lo besé. Él me devolvió el beso con aún más ganas, y sus manos se posaron en mis caderas. Una de las mías fue donde siempre, a acariciar su pelo, porque me encantaba y porque sus gemidos cuando tiraba de él me ponían a mil.
De repente recordé a mis amigas, y me separé.
—Mierda, que tienen que venir Sandra y Andrea —dije, y él levantó una ceja.
—Julia, Sandra y Andrea no van a venir —respondió—. Era todo parte del plan.
Lo miré como si acabara de decirme que la Tierra era plana.
—Entonces... ¿Todos lo sabían menos yo? —pregunté.
—Suele ser el punto de una sorpresa, sí —contestó, divertido—. Los avisé ayer. No se lo había dicho antes porque Adri es incapaz de guardar un secreto y te habrías acabado enterando.
—¿Cuánto hace que sabes que volverás? —pregunté.
—Un mes —respondió—. Mi contrato acabó hace tres semanas, y mi viaje a Australia fue de despedida. De hecho, me quedé más tiempo allí, y he vuelto desde Australia.
Yo todavía estaba alucinando, pero a la vez estaba tan contenta de que estuviera de vuelta que no sabía ni cómo sentirme. Podría haber explotado, y todo. Cuando lo tuve asimilado, después de pensar unos segundos, me acerqué a él con una sonrisa.
—¿Sabes, Max? —pregunté—. Creo recordar que alguien me dijo que, si lo seguía queriendo cuando volviera, no saldríamos de la habitación en un mes.
Max sonrió, y cerró la puerta.
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Y ya está. Aquí se acaba esta historia. Estoy sufriendo porque estaba disfrutando MUCHÍSIMO de escribirla, pero algún día tenía que terminar. Es mi novela más larga, y me lo he pasado genial. Gracias a todas por leerlo jeje pero no os vayáis aún, que en los próximos días subiré el epílogo!
Ya sé que a muchas os había gustado el final anterior, pero SON MIS BEIBIS Y TENÍAN QUE QUEDAR JUNTOS, pero con Julia estando bien consigo misma. Un 2x1. Todo el mundo feliz.
Un beso,
Claire
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Los días en Auckland
Romance¡YA DISPONIBLE EN PAPEL EN AMAZON! A Julia le rompieron el corazón. Doblemente, y a la misma vez. Dos de las personas más importantes de su vida la traicionaron, aunque no se puede decir que fuera algo tan inesperado. Tampoco se puede decir que su c...