Diecinueve

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El calor había vuelto. Parecía mentira que hubiera pasado otro año más, pero había estado tan ocupada estudiando y pasándolo bien —a partes iguales— que apenas lo había notado.

—Sesenta —concluyó Fede sentado en mi cama, sin camiseta, mientras repasábamos los apuntes para los exámenes finales, para los que quedaban apenas un par de días.

—Pero, ¿qué dices? —contesté con una carcajada—. ¿Cómo va a dar sesenta?

Al final resultó que el cálculo de Fede sí había sido correcto, me había equivocado yo, y él se aseguró de restregármelo por la cara durante un buen rato. Me estresé un poco porque había cometido un fallo muy básico y quedaba muy poco para los finales, pero seguramente había sido el cansancio.

Miré a Fede, que se rascaba el hombro desnudo mientras leía una de las hojas de apuntes que había desparramadas por mi cama. Acabábamos de comer y estábamos haciendo un último repaso antes de que yo tuviera que ir a trabajar.

El sexo con Fede era bueno, y mucho. Cada vez pasábamos más tiempo juntos y, aunque al principio eso me asustaba, ya estaba aprendiendo a dejarme llevar, y debía admitir que me gustaba. Fede me gustaba. No sabía adónde nos llevaría lo que teníamos, pero cada vez me sentía más dispuesta a descubrirlo. No habíamos definido nada, no nos habíamos puesto ningún título y parecía que por el momento iba a bien; al menos a mí, no me hacía falta nada de eso.

—¿Un último antes de que te vayas? —me propuso mientras me preparaba para ir a trabajar, besando mi hombro por detrás.

Sus manos acariciaron mi cintura y me estremecí, pero recuperé rápidamente la compostura. Reí y acaricié su pelo oscuro.

—No nos da tiempo —contesté.

Tenía ganas, pero si empezábamos íbamos a estar bastante más de cinco minutos, y ese era todo el tiempo que tenía. Dejé un beso en sus labios, y él sonrió antes de empezar a vestirse.

Salimos juntos de mi casa, y decidió acompañarme al trabajo. Las calles de mi barrio volvían a estar más llenas de lo normal, síntoma inequívoco de que el verano y la temporada alta del turismo habían llegado. Técnicamente seguíamos en primavera pero, exceptuando la agradable brisa aún refrescante que corría por la noche, hacía un calor horroroso.

Por el camino, recibí un mensaje de Sandra diciéndome de quedar para cenar con Andrea. Últimamente no nos habíamos visto demasiado, porque cada una estaba liada con su carrera y en época de exámenes se hacía complicado quedar si no era para estudiar, y las bibliotecas solían estar llenas así que esa opción quedaba descartada. Contesté que ahí estaría y volví a guardar el móvil.

Mi vida social se estaba viendo afectada por los exámenes, pero tampoco era algo que me preocupara en exceso porque, estando a las puertas de las vacaciones de verano, ya tendría tiempo para hacer cosas con mis amigas.

Habían pasado muchas cosas en los últimos meses. Contra todo pronóstico, Andrea había empezado a salir con un chico llamado Aitor, y su historia con Nico al final terminó en nada. Sandra seguía en su línea, pero estudiando mucho más de lo normal. En cuanto a Claudia, se había animado a contarme que estaba conociendo a una chica, amiga de una amiga, pero no había podido sonsacarle mucha más información.

También había visto a Miriam, la hermana de Max, unas cuantas veces antes de que los estudios absorbieran mi vida. En cuanto al asunto del hospital, no había vuelto a ver señales de alarma. No más marcas en la cara, ni en ningún lado. Quizás no me había mentido, y cuando estuvo en el hospital realmente había tenido un accidente de moto. Algo en mi cabeza me impedía llegar a creérmelo, pero tampoco podía culpar a nadie basándome en suposiciones. Seguía preocupada por ella, aunque no quedaba para tomar algo con ella por lástima, ni siquiera por Max. Miriam me caía bien. No hablábamos nunca de Max. Ella sabía que era un tema sensible y que no quería hablar de ello.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora