Ocho

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Ponte ese sujetador que te regalamos, el push-up —me instruyó Andrea, refiriéndose al sujetador con relleno que me subía los pechos hasta el espacio exterior que me habían regalado ella, Sandra y Marta cuando cumplí los dieciocho.

—No lo he traído —contesté—. Y, de todos modos, ¿cómo me voy a poner ese? Es lo menos sutil que he visto en mi vida.

Hija, aquí o vas a por todas o te vas a casa —replicó Sandra, señalándome con el dedo como si estuviera dándome una lección de vida.

Eso, eso —Andrea concordó con ella.

—Va, en serio —les pedí—. Ayudadme, que no sé qué ponerme.

Pero si tú vas monísima con cualquier cosa —me dijo Andrea.

Me senté en la cama, cogiendo el móvil con la mano para que siguiera enfocándome la cara, y suspiré.

—No quiero ir mona —dije, haciendo una mueca ante la última palabra.

Ya. —Sandra asintió con la cabeza.— Tú lo que quieres es que Max te empotre contra la pared.

—Cállate —le pedí en una especie de grito susurrado, con miedo a que alguien pudiera escucharnos, cosa que no tenía sentido en absoluto porque estaba sola en casa.

Aún así, toda precaución siempre es poca.

Mira, Juls, da igual lo que te pongas —me dijo Andrea—. No te estreses por ello. Ponte el vestido negro, y pídele unos tacones a Ellie. A Max le gustas de todos modos.

Yo creo que lo pondrías cachondo hasta con una bolsa de basura —soltó Sandra, y no pude evitar reír.

—No creo que sea el caso, pero Andrea tiene razón —dije—. Me estoy estresando demasiado. Y no quiero ponerme tacones, los odio. Creo que me pondré las botas negras que he traído y ya está.

No creo que fuera algo irracional odiar esos atuendos del demonio que sí, hacían unas piernas monísimas y todo lo que queráis, pero el dolor de pies y de espalda no estaban compensados.

Pues solucionado. —Sandra dio una palmada.— Julia folla esta noche, y yo me quedo más tranquila.

—Yo no follo esta noche —rebatí—. Y, ¿por qué ibas a quedarte más tranquila?

Porque una Julia con sexo es una Julia relajada, feliz y sin sentirse triste por Danieles imbéciles ni Martas arrepentidas que le mandan mensajes —contestó.

Cabe decir que, hacía unas horas, había recibido un mensaje de Dani pidiéndome volver. Ni siquiera había contestado, pero seguía sintiéndome entre triste y molesta. Me daba rabia que lo que él dijera siguiera afectándome tanto, y más cuando podía adivinar fácilmente que el noventa por ciento de las cosas que había escrito en su mensaje eran mentiras y promesas que no tenía ninguna intención de cumplir.

Tampoco me podía culpar, al fin y al cabo apenas hacía un mes que había ocurrido todo aquello, y supongo que era normal sentirse así.

No tardé en terminar la llamada. Todavía eran las once de la mañana, así que tenía tiempo de sobra hasta la fiesta, que empezaba a las ocho. Ese día pretendía ir al centro otra vez, a dar una vuelta y comer en algún sitio interesante, pero antes de eso había querido dejar el tema vestuario resuelto, porque esas cosas, por muy estúpidas que fueran, me ponían muy nerviosa cuando las hacía sin tiempo. Además, en Barcelona ya eran las once de la noche, así que Andrea y Sandra ya se iban a dormir.

Estuve a punto de desnudarme en la habitación, pero recordé que no estaba en mi casa y que no tenía demasiadas ganas de volver a asistir a un episodio de desnudez en la ducha —a no ser que volviera a tener a Max como protagonista—, así que fui vestida hasta el cuarto de baño, toalla y jabones en mano.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora