A la mañana siguiente me desperté tarde, después de haber dormido fatal. Ni siquiera las dos tilas y la valeriana —mi padre era un creyente acérrimo en la homeopatía— habían servido. Me había pasado toda la noche dándole vueltas a la cabeza, y estaba agotada.
Cuando miré el móvil por primera vez, eran las doce del mediodía. No tenía ningún tipo de ganas de levantarme, así que me pasé un buen rato mirando vídeos absurdos de Instagram sobre gente cortando jabón, leyendo tweets graciosos y reproduciendo vídeos sobre teorías conspiratorias. Conseguí las fuerzas para levantarme a la una, y Max seguía sin decir nada. Que no era que necesitara saber de él a todas horas, pero cada vez me hundía más en mi paranoia de que algo había pasado la noche anterior, y mi ansiedad solo hacía que crecer.
No quería estar sola pero tampoco tenía ganas de acosar a mis amigas con la excusa de una "reunión de emergencia" cuando solo tenía teorías sueltas y me habrían acabado diciendo que estaba loca. Así pues, decidí llamar a mi abuela y decirle que iba a comer. Me regañó por avisar tan tarde, pero no le pareció mal que fuera, así que me di una ducha rápida, me vestí y salí de casa.
Hacía un día de mierda. Las nubes invadían el cielo, dándole a todo un toque de tonos más apagados, más tristes. Pero lo que más me enfadaba no era eso, sino que incluso con el día asqueroso que hacía, seguía haciendo un calor insoportable.
Me había puesto un vestido sencillo, de manga corta y un poco por encima de las rodillas, porque era verano y me negaba a ponerme pantalones. No soportaba que los pantalones cortos se me subieran, que me apretaran, que me hicieran sudar... Eran una mala idea en general.
Apenas dije nada durante toda la comida, y me costó comer. Me parecía patético lo mal que me estaba sentando toda una teoría basada en suposiciones, pero no podía hacerle nada. Mi abuela pareció notarlo pero no comentó demasiado al respecto, solo me miró con precaución y me preguntó si estaba bien, a lo que respondí afirmativamente, aunque sin mucho entusiasmo.
A pesar de haberme despertado apenas tres horas antes, me quedé dormida en cuanto terminé de recoger los platos de la mesa y me senté en el sofá. Como no había planeado echarme una siesta, no puse el despertador, y me tuvo que despertar mi abuela a las cuatro, porque le sonaba que entraba a trabajar hacia esa hora. Me despedí de mis abuelos y tuve que salir corriendo para llegar al trabajo a y cuarto, con el pelo hecho un desastre y las marcas del tejido del sofá en la cara.
En cuanto entré por la puerta, Adri ya estaba ahí. Tuve que reprimir un gruñido de frustración porque ya sabía lo que eso significaba y, teniendo en cuenta su sonrisa maliciosa, él también.
—Te toca etiquetar —me dijo, divertido, y rodé los ojos.
Así que me pasé la primera media hora etiquetando los productos que habían llegado esa mañana, cosa que podrían haber hecho horas antes el mismo Adri, que hacía jornada completa, o Miguel, el chico que hacía el turno de mañanas.
—Oye, ¿Max ha dormido en tu casa? —me preguntó Adri en un momento de la tarde, probablemente sin darse cuenta de que acababa de tocar mi fibra sensible.
—No. —Negué con la cabeza—. No da señales de vida desde ayer.
Miré a Adri y vi que asentía con la cabeza, pero su rostro adoptó una expresión extraña... Parecía preocupado.
Entonces por mi cabeza cruzó la idea de que podía ser que Adri supiera algo que yo desconocía, pero no dije nada. No quería sonar como una paranoica, ni quería ser desconfiada, y menos de él. Adri era una persona muy transparente y honesta, nunca me había dado motivos para dudar de él, pero es que después de tanta mierda una ya no sabía ni si la gente era lo que aparentaba ser.
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Los días en Auckland
Romance¡YA DISPONIBLE EN PAPEL EN AMAZON! A Julia le rompieron el corazón. Doblemente, y a la misma vez. Dos de las personas más importantes de su vida la traicionaron, aunque no se puede decir que fuera algo tan inesperado. Tampoco se puede decir que su c...