Demi Evans

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De pequeño parecía que mi nombre fuera sinónimo de preocupación por parte de mi madre; es decir que sus ojos no se prestaban para otra cosa que no sea en mi cuidado... Hablo de mi enfermedad, claro.

Ya de por sí el instinto maternal engloba mucha sobre protección; traer al mundo un niño con analgesia congénita para ella fue como perder la cabeza. Y peor aún si ese niño era yo: Demi Evans, un niño con más azúcar que sangre y huesos.

Sin embargo a pesar de toda la adversidad, mi madre siempre lucía un bellísimo semblante reluciente con una sonrisa tan cálida y cautivadora que hacía entender a simple vista el motivo por el cual mi padre cayó rendido ante ella.
Pues con este mismo se notaba que era sin lugar a dudas el ser más alegre por cargar en sus brazos ahora un alma tan frágil y a la vez tan inquebrantable ..., Y mis vendajes la gran parte de su tiempo, claro.
La hacía sentir como mi ángel guardián.

En ocasiones me hacía sentir terriblemente culpable por ser el causante de preocuparla tanto y borrarle espontáneamente esa hermosa sonrisa cuando me veía volviendo a casa con los codos emanando cascadas de sangre por caerme reiteradas veces de mi skate, o de mi bicicleta... O de cualquier cosa a la que me suba e incluya hacer piruetas.

Recuerdo muy bien que los días en los que mis padres iban al supermercado a hacer la provista del mes, también debían hacer un gran gasto extra en grandes cantidades de vendas y alcohol junto con artículos de primeros auxilios.

Todo era tan típico que cuando solía jugar en el jardín trasero sin que esté mi padre para supervisarme de vez en cuando, era aún peor la preocupación de mi madre.

Cada vez que yo entraba a mi casa siempre volvía con una herida nueva; a veces en los codos y rodillas; a veces en los pies; pero mayormente en la espalda por revolcarme en el suelo y rodar como cerdo, tan así que mi mamá al limpiarme lo cortes no podía distinguir bien cuáles cicatrices eran nuevas y cuáles eran viejas.

Pero si tuviera que narrar el peor día que le ocasioné a mi madre con respecto a mi enfermedad, fue sin duda el 23 de agosto, justamente en el cumpleaños de mi tía valerin -pobre de ella, pues aún a día de hoy siento que le arruiné el cumpleaños también-

Me sigue causando cierto dolor recordar la felicidad con la que se veía mi madre preparando los regalos y alistándose para la fiesta sin saber del perturbador accidente que iba a presenciar, el cual nuevamente le borraría grotescamente su resplandeciente sonrisa de forma cruel.

En mi casa antes solíamos tener una estufa en la pared casi a la altura del suelo, con una instalación de gas en ella.
Como noté que el taburete que yo solía utilizar para sentarme en la mesa se encontraba ocupado, opté por sentarme en un pequeño banco situado delante de la estufa provisoriamente... Supongo que todos aquí ya presagian el fin que obtuvo esta terrible decisión.

Pues mi mamá desgraciadamente no pudo ver este por tanto apuro que tenía en terminar de alistar todo a tiempo, sin embargo de vez en cuando al pasar a mi lado me dedicaba una breve caricia en la cabeza.

Paso una, dos, y tres veces por mi lado... Hasta que en la cuarta...

¡DIOS MÍO! ¡STEVE, LLAMA A LA AMBULANCIA!

Me siento peor aún por reírme al recordar y escribir esto; siempre termino diciendo "que pendejo"

¡¿Qué sucede, cariño?! —Se espantó mi papá por el grito.

—¡si, eso! ¿Qué pasó ahora? —Pregunté yo también sin entender nada de nada.

Ni sé cómo explicar con palabras la cara que puso luego mi padre al ver que recosté mi dorso en la estufa y el calor derritió mi ropa, dejando mi espalda ahora similar a queso cremoso derretido en pizza.

ÁRBOL BLANCODonde viven las historias. Descúbrelo ahora