#hangeday
Las flores coloridas que llevabas en tus brazos, sosteniéndolas mientras caminabas a lo largo de aquel prado perdido en algún lugar de Paradis.
El sol mirándote desde la lejanía, luchando por ocultarse y mostrarte su esplendor naranjizo en tus cabellos oleados por el viento frío. Era una tarde de verano quizás, el otoño no tardaría en llegar pronto, pero aún podías sentir la sensación cálida que emanaba tu propio cuerpo.
Cada vez tus pasos se hicieron más lentos, siendo contados por ti misma hasta que te dignaste a levantar la vista de tus zapatos; en frente tuyo, aquella lápida que conocías muy bien.
Tan bien por todas las veces en que estuviste frente a ella, riéndote de alguna anécdota que decías al aire o destruyéndote con tu frente recargada a la piedra mientras las lágrimas fluían por tu rostro. Tan bien por todas las veces en que la visitaste.
Hoy no sabrías decir cuál de ambos escenarios pasarías, limitándote a ponerte suavemente de rodillas frente a la losa. Pronto tu mano libre acariciando el guijarro grabado con delicadeza.
Aquel que decía, Hange Zoe.
La mujer castaña que había pasado tanto tiempo contigo a lo largo del cuerpo de exploración, la que se había mantenido a tu lado apesar de todo lo que sucedía a su alrededor; sin importar si todo lo que conocían se estuviera borrando frente a sus propios ojos, ella habiéndote elegido por encima de ello.
Tus piernas se arrastraron hasta que uno de tus costados logró recargarse en ella, en aquella lápida que ahora le representaba; aunque siendo eso, una fría piedra que nunca se compararía con el cariño y cálidez del cuerpo de Hange.
Una nueva brisa del viento haciéndote notar las lágrimas que ahora fluían en silencio por tu rostro, en un vago intento de ignorarlo, haciéndote ovillo con aquellas flores que portabas en brazos.
No sabías porqué estabas llorando. Hacía años que el tiempo se había llevado la tristeza absoluta, su muerte tampoco dolía ya. Pero allí estabas, destrozándote tranquilamente junto a su tumba.
— Hange... — murmuraste un aliento de palabras — te extraño.
Quizá la mayoría de tu ser sanando, pero el vacío de tu alma sintiéndose pesado cada vez que recordabas la vida con ella.
Abrumándote cuando lo único que deseabas era mirarla a los ojos castaños suyos mientras te sonreía como sólo ella podía hacer, extendiendo sus brazos para tomarte entre ellos y recomfortarte con su contacto.
La vida con Hange había sido fantástica. Estabas claramente de acuerdo que su tiempo nunca fue lo mejor, mucho menos cuando todo lo que las rodeaba a ambas había sido una guerra que parecía no tener ningún final, aunque ciertamente lo hizo, pero siendo aquello mismo lo que te la arrebató.
Podías mirar como el cielo se oscurecía a su paso, los tonos rojos desvaneciéndose y ahora siendo moradizos, las horas que habías pasado allí nunca capaces de sentirse cuando la visitabas, reflejándose como un pequeño parpadeo.
Entonces teniendo que levantarte de la áspera hierba verdosa del lugar, finalmente dejando en él las flores que habías traído para ella. Tus dedos rozando la losa tímidamente de nuevo, odiando tener que ser la hora en que debías tomar el camino de regreso.
— Volveré pronto, querida — dijiste, apartándote lentamente, aunque luego deteniéndote con vacilación — y traeré a Levi conmigo.
Una pequeña sonrisa se formó en tus labios ante la declaración, en el fondo sabiendo que a ella le hubiese encantado saber que aquel azabache de baja estatura le visitaría con una agradable regularidad una vez fallecida.
Pronto dirigiste tu camino de vuelta, manteniendo aquel gesto en tus labios mientras sacudías vagamente tu mano en el aire en forma de despedida, como si ella realmente estuviese allí.