Familia Wong

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Abro mis ojos lentamente. Y al ver por mi ventana el cielo gris, los vuelvo a cerrar de inmediato. Dos semanas habían transcurrido desde la primera vez que puse un pie en esta mansión, y en esas dos semanas mi vida se había convertido en un revoltijo de cansancio.

Me levantaba en la tarde, comía, veía televisión, ayudaba a Alfred, comía, estudiaba un poco con Tim cuando estaba en la mansión, y cuando nadie veía, cuando todos se habían ido a dormir, me escabullía fuera de la mansión y hacia la ciudad, donde trabajaba de mesera en un turno de seis horas. Una y otra vez.

Había conocido al señor y señora Wong (mis jefes) hace unos días. Era una noche fría y sola, recuerdo que había peleado con Damián nuevamente y necesitaba salir, así que trepe la ventana y me escabullí entre la seguridad. Camine sin rumbo por horas, pero el frío y el hambre de no haber cenado había empezado a pasar la factura, así que entre al restaurante. No tenía dinero, así que no podía pedir nada para comer; pero me ofrecí a trabajar ahí esa noche. Al final de la velada, me convertí en una chica con trabajo  en un restaurante de comida china.

Me armo de fuerza, me levanto de la cama y voy directo al baño. Me doy una rápida ducha y salgo. Una vez que estoy vestida, salgo de la habitación.

Mi habitación quedaba en la segunda planta, en frente de la habitación de Damián. En el mismo pasillo también estaban las de Jason, Tim y Dick, pero ninguno de ellos vive en la mansión, así que están casi siempre vacíos.

Bajo las escaleras y me dirijo a la cocida, donde Alfred se encuentra lavando los platos con ese delantal tan cómico que tiene, el cual hace contraste con su afable pero seria personalidad. Para mi sorpresa, Dick se encontraba sentado en una de las butacas de la isla.

— Hola — saludo alegremente. Aunque rebosaba con cansancio, verlos a ambos me llena de alegría.

— Hola, Anna — saluda Dick, guiñando su ojo derecho.

— Buenos días, señorita Lee.

— Dígame Anna, no me gusta mi apellido.

Me acerco a la refrigeradora y abro la puerta.

— ¿No tendrá nada que ver con el poema de Edgar Allan Poe, o si? — Pregunta Dick. Me quedo en callada, fingiendo que no escuche la pregunta.

— ¿Hay manzanas?

— En el cesto, señorita Anna. 

»Por lo menos ya no me llama Lee. Agarro la manzana del cesto y me siento en una de las butacas de la isla.

— Estaba pensando que podría acompañarme a hacer las compras — dice Alfred, aún poniendo atención en su tarea.

— Claro, Alfred.

— Amo Dick, yo me refería a la señorita Anna.

— Y así de rápido uno deja de ser el favorito en esta familia... — comenta Dick, yo solo me aguanto la risa— Supongo que ya sé cómo se siente Damián. — Me vuelve a ver y guiña el ojo con complicidad.

— El señor Wayne dice que no tengo permitido salir. — recuerdo, aún sonriendo por el cometario.

— Bueno, pues hoy es la excepción — Alfred me sonríe, luego vuelve a ver al lavaplatos — Hazme un favor y dígale al amo Damian que es hora de iniciar las clases; su tutor lo espera en la biblioteca. En cuanto a usted — señala a Dick — Trate mejor a su hermano, el le quiere mucho.

— Bien, pero si me asesina será tu culpa — es lo último que digo, puesto que salgo de la cocina para evitar oír la regañada que le van a pegar a Dick.

Stronger | Damian WayneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora