Capítulo 21

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Sara Presley

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Sara Presley

Al momento que abre la caja puedo admirar el paquete de cuatro baterías completamente nuevas. Tomo el paquete con mis manos y Elián se coloca de pie sonriendo.

—Elián.... —me quedó sin palabras para decir.

Visto que compró mis baterías, me entra una nostalgia muy sentimental. Nadie había hecho tanto por mí. Ni siquiera mis padres. Cuando yo le mencioné dicho problema, jamás imaginé que se lo tomaría tan enserio. Solo pensé que lo tendría en cuenta.

— ¿Aceptas?

Detengo las lágrimas que quieren sale de mis ojos. No puedo llorar justo ahí. Aunque es un sentimiento muy profundo, es mejor mantener la calma. Ya que si lloro no habrá nada ni nadie que me detenga.

—No debiste haber hecho esto—digo con un hilo de voz con mi vista abajo.

— Tienes que entender que yo te quiero conmigo, es decir, te necesito—aumenta la tensión entre nosotros—Imagínate si te vas. Yo estaría perdido en mi estrés.

— Y en tus colapsos—rio nerviosa.

—El punto es que tú estés bien, eso es lo que importa.

Ya no puedo mantener esta faceta de persona fría con él. Cada día me derrite más. Todo el odio que me hicieron los demás, Elián lo está deshaciendo.

Me enojo conmigo ya que lo he tratado muy mal cuando estamos juntos. Más sin embargo siento que no lo nota, siempre que lo insulto solo sonríe y cambia de tema dejando atrás mis comentarios. Para mí eso es admirable, respeta mi sarcasmo muy bien. Tengo que cambiar, lo sé, lo tengo más presente que nunca, pero la comunicación que tenemos es bastante admirable.

—No hay que desaprovechar el tiempo —dice sacando las dos baterías.

Al momento que las saca de su caja, les quita el plástico de protección y me las entrega sin borrar su sonrisa.

— Elián, no sabes cuánto te agradezco que hicieras esto.

Sigo sin creer que consiguió mis baterías. Ustedes y yo sabíamos su precio original, claramente nada accesible. Estamos hablando de 40,000 dólares, una cantidad costosa.

Mientras voy conectando todo sin ocultar nada. Elián me está contando como consiguió todo, desde cuando llegó, hasta su regreso de nuevo a la cuidad. Me comentó que su parte favorita fue como se hizo de rogar con el cardiólogo. Su sonrisa seguía intacta a la par que explicaba con sus brazos.  Seguía hablando y mis labios se formaban en un puchero tierno. A la vez que sonreía y en otras veces me reía por cómo se alteraba y se enojaba consigo mismo. Es divertido ver cómo se altera por cosas insignificantes.

—Hubieras visto la cara del doctor—dice comiendo su último pedazo de pastel.

—Elián, solo a ti se te ocurren hacer esas barbaridades.

Hermosos ErroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora