Capítulo 40 (Final 1t)

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Maratón 3/3

Traición.

Mio quería mantenerse lejos de la aldea. Tras la forma en que se había comportado, y cómo la habían mirado en la cueva, realmente no le apetecía tener que enfrentar a nadie en aquel momento.

Sin embargo, literalmente la arrastraron hasta allí, entre los dos Dragones más jóvenes (aunque en realidad Zeno fuera inmortal) y el propio Yoon, que le dio medicinas para el dolor de cabeza y para su garganta. Parecía que aquello seguía sin mejorar aún con la cercanía de Yona, así que tuvo que tragarse sus palabras y su orgullo y tomar las medicinas. Sabían peor de lo que recordaba.

Aún así, Mio evitó a todos y cada uno de los aldeanos de la forma más obvia posible. Cuando alguien se acercaba a ella, Mio corría para girar por una esquina y desaparecía. Si alguien entraba en la tienda, se escondía y salía por detrás.

Sólo permitía que se le acercara su familia.

Su cabeza mejoró notablemente, al igual que el pitido en sus oídos y su visión. Su voz tardaría un poco más en regresar, pero continuaba mejorando lentamente.

Tras un día entero de reposo, cuando anochecía, Mio se despertó.

Llevaba durmiendo varias horas, quizá más de lo que debería, pero su cansado cuerpo y su agotada mente se lo agradecía.

Se giró bajo las sábanas, con cuidado, contenta de disfrutar de una cama y no de un simple futón sobre el suelo.

Tiró de las mantas y se metió bajo ellas, como cuando era niña en el castillo Hiryū y quería jugar al escondite cuando sus hermanos iban a despertarla.

Se frotó los ojos y bostezó. Asomó su rostro fuera, sólo un poco, y observó a su alrededor. Todo estaba como ella lo había dejado anoche, las ventanas cerradas y la puerta atrancada con una silla.

Deslizó sus pies por el borde de la cama, y pisó el frío suelo de madera. Con cuidado, despacio, se levantó de la cama. Caminó en silencio hasta un pequeño espejo colgado en la pared, y miró su reflejo.

Solamente vestía un ligero camisón blanco, que no le pertenecía, y que le quedaba ancho en el cuello (un borde estaba más bajado, mostrando todo su cuello y parte de su hombro), y le quedaba corto, ya que apenas le llegaba a la mitad de los muslos.

En aquel reflejo se vio con una ropa ajena a la que solía usar, pero su reflejo era el mismo de siempre. Piernas, cuerpo, brazos, pecho, rostro. Todo. Intentó calcular cuánto tiempo había pasado desde que su rostro era diferente, desde que su nariz era más pequeña y sus ojos más grandes, sus labios curvados hacia arriba en una pícara sonrisa y sus iris brillantes.

La chica en el espejo era pálida, alta y delgada. No veía en ella nada de la niña que una vez fue, y tampoco imaginaba como sería la adulta que jamás alcanzaría a ver. Por siempre, su reflejo sería aquella mirada apagada, aquellos labios apretados, aquella estatura y aquella figura.

Tomó el espejo con una mano, acercándoselo al rostro para verse mejor. Su mano tembló un poco al alzarse hacia su mejilla y posar unos dedos sobre esta. Su piel, pálida, eterna.

Sin querer, su mano se abrió y el espejo cayó al suelo, estrellándose y rompiéndose en pedazos. Retrocedió un paso, casi confusa. Unos pasos se escucharon fuera de la habitación, y la voz de Yoon, exaltada, se escuchó al otro lado de la puerta.

-¡¿Mio?! ¡¿Estás bien?!- preguntó, alarmado, controlándose para no abrir la puerta. Ella misma le había pedido que no dejara a nadie entrar bajo ningún concepto, que ni él mismo podría entrar a no ser que ella se lo pidiera. Cuándo él le preguntó por qué, ella alzó una ceja, y respondió tajante que era porque dormiría desnuda. El rostro de Yoon de había coloreado al instante y ella se giraba para sonreír ante su mentira. Nadie entraría.

Mi Dragón - Akatsuki no YonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora