Huye. Verdadero ser.
-Serán hijos de...
Murmuré al salir del agua y al ver como tres chapuzones se hacían oír detrás de mí.
Me puse en pie, chasqueé la lengua y miré con repulsión al lugar donde aquellos perseguidores habían aterrizado, girándome antes de que sacaran sus cabezas fuera para respirar. No quiero verlos y arriesgarme a que él sea uno de ellos.
Me apresuré a perderme por los túneles de la cueva con un cuarto chapuzón. Oía los gritos de los demás, alentándose unos a otros para seguirme. Me sentía como el maldito zorro en la cacería de los perros.
Mi estado no era el mejor para seguir huyendo, pero tenía menos fuerzas aún para enfrentarme a esos cargantes Dragones. No quería admitirlo, pero su existencia me aterrorizaba. No lo entendía. Simplemente opté por esconderme, deseando que el Seiryū se hubiera quedado arriba.
Al parecer, me equivoqué.
-Detrás... de esa pared... es falsa...
Chasqueé la lengua de nuevo y comencé a correr otra vez, o a cojear, lo más rápido que podía. Oí como la pared era derrumbada de un golpe. El Hakuryū estaba aquí también.
Conseguí salir de la cueva tras algunos tropezones, pero siempre manteniendo la distancia entre nosotros.
Al salir entré al bosque. Trepé al árbol indicado y tomé el arco y las flechas que ahí tenía escondidos. Veía la salida de la cueva sin problemas, y no tardé en colocar una flecha en el arco y apuntar hacia ahí.
¿Me arriesgaba? ¿Miraba a mis perseguidores a sabiendas de lo que podía pasar si ese desgraciado se encontraba entre ellos?
Opté por la opción más peligrosa. Tengo que matarle, si yo quiero seguir viviendo. Apunté y esperé a que salieran, para clavar la flecha en el corazón de mi mayor oponente.
Estaban tardando demasiado. Con un mal presentimiento, bajé un poco el arco y destensé algo la cuerda, para sentir como de golpe, unos brazos me agarraban por la espalda y aprestaban mis brazos contra mi torso, dejándome inmóvil.
-¡Joder!- grité con odio, tratando de golpear a mi oponente.
-Tranquilo, chico, no voy a hacerte daño.- dijo un hombre detrás de mí, y saltó del árbol. Hizo una alta parábola en el cielo, por lo que supe al instante que se trataba del Ryokuryū. Mi corazón se agitó de dolor.
Aterrizó en el suelo sin problemas, causando que mi capucha amenazara con caerse, así que agaché la cabeza para evitarlo. Traté de liberarme del Ryokuryū, pero ya no me quedaban fuerzas.
Maldita sea, hace tanto tiempo que no me pasaba algo así... Odio sentirme débil, esto es terrible.
Seguí forcejeando sin éxito, oyendo algunas voces y pasos a nuestro alrededor. Mi cabeza retumbó y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Jadeé en silencio.
-Oye Jae-Ha, ¿está bien?- preguntó alguien, deteniéndose delante de nosotros.
-Creo que tiene frío, está tiritando y no parece la mitad de fuerte de lo que parecía durante la pelea de allí arriba...
Sentí cómo alguien cogía mi capucha y comenzaba a retirarla, y sólo pude reaccionar cerrando los ojos y bajando más la cabeza.
-¡No! ¡Suéltame!- me removí, sin conseguir nada.
-Vale, tranquilo, deja que te tome la fiebre...- murmuró el de antes, colocando su mano en mi frente. Con los ojos aún cerrados chasqueé la lengua.- Tienes fiebre... Creo que será mejor que te tumbes. Tengo algún medicamento.- pidió, aunque luego debió de mirarme y preguntó.- ¿Por qué tienes los ojos cerrados?
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Mi Dragón - Akatsuki no Yona
ספרות חובביםCon el tiempo, la gente pierde cosas. Experimentar pérdidas es parte de la vida. También perder a personas importantes que cambiaron la forma de vivir esa existencia solitaria. Algunos pierden su primer amor. Otros, la armonía de sus relaciones. Se...