-La verdad es que encontré a Hiryū antes de que los otros Dragones me alcanzaran.
Admite, sin mirar a nadie y perdida en sus recuerdos. Los demás prestaron atención, mientras que ella tomaba aire y comenzaba a contar su historia, hablando lentamente y pensando en los sucesos que vivió hace tantos años.
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La mujer se acercó a la puerta, respirando agitadamente.
Sus ropas, rotas y desgastadas, dejaban a la vista todo su esplendor. Era una humana con la sangre de un dios, y eso hacía que se viera tan grande e implacable que algunos de los guardias habían dudado sobre si deberían acercarse para detenerla. Estaba manchada de sangre, tanto en su piel como en las telas. Tenía una espada que había tomado de un guardia tras acabar con él, y la hoja del arma también brillaba con ese color carmesí. Sus manos estaban bañadas en el líquido rojo.
Sin pensarlo demasiado, usó su hombro para abrir la puerta, dándole un golpe seco y duro a la espera de un cerrojo, pero se sorprendió al ver que no estaba cerrada o atrancada. Estaba confusa ante la facilidad de hacerse un camino hacia la habitación del rey.
Observó el lugar, temerosa e iracunda a la vez.
Era una amplia habitación, de colores rojizos y los muebles necesarios, con una gran ventana al fondo que mostraba la oscuridad de la noche. Al otro lado de esta, la suave brisa de verano soplaba con calma y dejaba entrar un calor casi bochornoso al cuarto.
Había una cama al lado de la ventana, con sábanas rojas y una almohada blanca como si fuera nieve, que daba la impresión de ser realmente cómoda.
A la derecha, un armario y una armadura, colocada meticulosamente en su lugar al lado de una larga y reluciente espada.
Y en medio de la habitación, mirando a la chica directamente, tranquilo y despreocupado, se encontraba el rey Hiryū.
Frente a ella, se hallaba el hombre que había dejado de ser un Dragón por su devoto amor a los humanos que demostraban lo contrario por él. Su mirada, sabia y serena, relucía con aquel brillo violeta que intimidó a la mujer por su tranquila atención en ella.
El Dragón observó al humano, sintiendo culpa y un extraño miedo por haber irrumpido en aquel lugar matando a sus hombres y manchada con su sangre. Ella no conocía al Rey Rojo, nunca le había hecho nada malo, ni siquiera le importaba su existencia, y viceversa. Pero un odio oscuro e irracional la empujaba hacia él, deseando lastimarlo y acabar con su vida.
Estaba confusa, no quería hacer nada más. Había tratado de detenerse, de afirmarse a sí misma que eso estaba mal y que debía parar en ese momento, pero era incapaz de hacerlo. Su cuerpo se movía casi sólo, impulsado por aquellas ganas de matar a Hiryū, y ella estaba tan asustada y confundida que no sabía qué podía hacer.
-Tú...- murmuró, su voz cargada de ira y odio. Sus ojos centellearon y sujetó más fuerte la espada en su mano.- Tú...
Sentía que estaba a punto de saltarle a Hiryū y arrancarle la yugular de un mordisco, su cuerpo temblaba. Su puño izquierdo estaba cerrado con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, sus piernas temblaban como si estuvieran a punto de fallarle.
Un fuerte dolor de cabeza asaltó a la muchacha, que se encorvó y se llevó una mano a su sien izquierda. La deslizó con fuerza y dolor hacia su cabello, lo tomó y tiró de él mientras gemía. Luego deslizó su mano por el lateral de su rostro, dejando un rastro de sangre allí donde tocaba.
Casi sin voz, la chica logró susurrar con un tono suplicante.
-Ayuda...
Gimió de nuevo, mientras veía como elevaba su otro brazo y apuntaba al hombre indefenso. Hiryū no portaba ningún arma, y aún así permanecía impertérrito frente a ella, inmóvil, mirándola con atención.
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Mi Dragón - Akatsuki no Yona
FanfictionCon el tiempo, la gente pierde cosas. Experimentar pérdidas es parte de la vida. También perder a personas importantes que cambiaron la forma de vivir esa existencia solitaria. Algunos pierden su primer amor. Otros, la armonía de sus relaciones. Se...