🌹Capítulo 36🌹

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L A S C I V I A   I

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Narradora - Giselle Rousseau

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Narradora - Giselle Rousseau

Tres semanas después.

Quería creer que la envoltura de mi corazón se había abierto de nuevo al amor.

Pero en realidad, eso parecía estar fuera de alcance, y mucho más ahora.

Pasaron tres semanas en las que sentí que algo había cambiado dentro de mí, tal vez esa Giselle siniestra y oscura se apoderó por completo de mi personalidad. Como dije antes, no me sentía como yo, y al parecer jamás volvería a ser la misma persona de siempre.

Eran tres semanas de noviazgo junto a Owen, quien no paraba... de rociar mi cuerpo con su intenso aroma que me hacía delirar de pasión.

Sinceramente era algo que no podía controlar, la sangre hirviendo y que acaloraba mis entrañas, suplicaba por las tormentas de Lascivia.

Era de mañana en la universidad y me había levantado, una hora antes de mis clases para darme una buena y apacible ducha. Pero, el que fuera apacible no lo conseguiría, y mucho menos con Owen devorándome totalmente.

Mirella no estaba en la habitación debido a que se había quedado en los salones desde la madrugada, estudiando para un examen. Así que prácticamente me encontraba sola en el cuarto, hasta que Owen entró sin permiso al interior del mismo. Como ya no era un alumno en esta institución, se le ocurrió entrar por la ventana como un ladrón.

—Hola preciosa — se dirigió a mí, cargándome entre sus brazos mientras nos besábamos apasionadamente.

Él me daba suaves y agonizantes toques en mis pechos abultados, sentía a mis pezones ponerse erectos por aquellos roces que carcomían mi piel.

— ¿Puedes dejar que me bañe? — le preguntaba y al instante él sonrió sobre mi cara, provocando que sus suspiros tocaran cada facción de mi rostro.

— Pues... nos bañaremos juntos pequeña — me informó en el oído.

Cargada, me llevó hasta la ducha de la habitación. Antes de introducirnos, Owen se atrevió a desvestirme completa y yo lo complací haciendo la misma acción. A los pocos minutos, se encontraba desnudo ante mí y yo ante él. Podía percibir la lujuria en sus ojos, la mirada al acecho nunca faltaba. Bastó unos segundos para que este chico empezara a relamer sus labios; sediento de mí.

Yo me acerqué a su persona, pegando mi cuerpo al suyo para que ambos pudiéramos sentir los rayos eléctricos en nuestra piel. Con una de mis manos comencé a acariciar su mejilla, bajando lentamente por su cuello y luego su hombro. Me detuve en uno de sus pezones y comencé a brindarle pellizcos que para él en un instante resultaron excitantes, gemía y se reía a todo placer.

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